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La oficina siniestra

Cambio de ubicación

        Me he dado cuenta, en mis años de experiencia administrativa, que uno de los mayores traumas, que se le puede ocasionar a un funcionario, son los relacionados con el desplazamiento de su mesa de trabajo. Eso ocurrió en mi oficina que, como consecuencia de unas obras que, hubo que realizar para abrir una ventana y ganar en luz y ventilación hubo que cambiar de lugar las mesas de Eduardo y Olga.  Pero, entonces, surgió un gran conflicto, una vez hecha la ventana los dos querían su mesa junto a ella. Olga insistía en que el aire le venía bien para la alergia. Eduardo proclamaba que su antigüedad era un mérito, a su favor, para elegir ubicación. Las mesas decidí dejarlas igual ese día, pero lo único que conseguí es atrasar el problema. Ni siquiera Olga que llegó vestida al día siguiente con un  peculiar derroche de sensualidad convenció a Eduardo. Los ánimos se encresparon y dejaron de hablarse, hasta que estuve hablando individualmente con cada uno. Eduardo no cedió un ápice. Olga durante nuestra charla estuvo también cabezona, pero de pronto algo, no me dijo qué, le pasó por la cabeza, cambió de actitud y dijo que estaba de acuerdo.  En ese mismo momento se colocó la mesa de Eduardo junto a la ventana y el ambiente se destensó.

               Yo me sentía bien al ver, no sabía cómo, que todo el mundo estaba contento. Así transcurrieron varias semanas, hasta que un día Eduardo que estaba asomado por la ventana observando el paisaje, soltó un grito estentóreo. Pude ver cómo en ese momento una abeja le picó en la nariz, el empezó agitarse con exagerados movimientos, lo que hizo que tras esa otras coleguillas siguieran su ejemplo y Eduardo tuviera que salir corriendo, alejándose de aquella ventana. Con el debido cuidado pudimos observar que junto a la ventana se había colocado un enjambre de abejas. A Eduardo le dieron una baja médica por varios días y cuando vino a entregarla, con la cara aún hinchada, le dijo a Olga que si quería podía colocar su mesa junto a la ventana, que él pondría su mesa, a partir de ahora en el lado más alejado de la misma. Llamamos a un apicultor del pueblo que, debidamente protegido, se encargó de retirarlo. ¡Qué cosa más extraña que las abejas hayan colocado su enjambre junto a esta ventana! Es algo muy poco habitual- me comentó.

                 En cuanto se fue el apicultor con las abejas Olga colocó su mesa junto a la ventana, no me pasó inadvertida la socarrona sonrisa que iluminaba su rostro. La verdad es que estaba radiante, con la luz del sol que entraba acariciándole toda aquella piel, perennemente morena, que le dejaba al descubierto el reducido vestido que se había puesto ese día. Cuando nos marchábamos, Olga abrió su cajón y sacó un libro, en aquel momento se le cayó al suelo y a pesar de que, al agacharse, la vista de sus pechos oscilantes me imantó la mirada, tuve tiempo de ver el título del libro: “Manual del perfecto apicultor: Cría de abejas”. Con un movimiento de ilusionista el libro desapareció en el interior de su bolso. Yo me quedé inmóvil mientras se alejaba con esos vaivenes tan sinuosamente suyos.  Sintiendo que la miraba, volvió su cara y me guiñó un ojo. Aún seguía yo con la cara de bobo puesta cuando lo único que quedó de Olga en aquel lugar fue el sonido de su taconeo.

4 comentarios

abril -

otro que se nos ha ido de vacaciones.
Mil besos, que las disfrutes.

Clooney -

Pues yo estoy al lado de la ventana, veo la calle y la gente que pasa, decanso la vista del ordenador... estoy bien ahí, es mi rincón

Brisa -

Hay que ver el juego que da una ventana en algunos lugares ;)
Besos :¡

abril -

Astuta, la chica.
En mi oficina nadie con un poco de sentido comun, quiere la ventana, se refleja en ella todo lo que aparece en el monitor y la mayoria de las veces, no son documentos de trabajo.
Alli mandamos a los nuevos, ja,ja,ja,ja...y encima quedamos como buenos.
Mil besos.