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La oficina siniestra

El anillo encogido

            Si alguien cae bien a los visitantes de mi Oficina, esa es Olga. A los hombres por su aspecto y voz sensual, que usa con habilidad, y a las mujeres porque cuando las atiende es capaz de que sientan que es una más de ellas. Por ello no es extraño ver su mesa de trabajo rodeada de tres o cuatro mujeres cual si de mesa camilla se tratara.
            Olga es capaz de ponerse en la situación de su interlocutora pero ese exceso de asertividad le crea algún que otro problema como le ocurrió con Macaria. Macaria es una mujer que acaba de cumplir cuarenta años aunque su imagen avejentada deja por embustero su DNI. Es de esas personas que parece que atraen todas las desgracias a su alrededor y eso a Olga le daba mucha pena. Su marido estaba enfermo del corazón hacía años y su escueta pensión tenía que completarla ella trabajando de limpiadora en distintas casas. Tenía tres hijos pequeños de 2 a 9 años, cuyos cuerpos por variadas roturas de hueso habían sido recorridos por escayolas de pies a cabeza. Su hija mayor tenía 23 años y se había quedado embarazada, no sabía muy bien de quien, pero Macaria ya dio los pasos oportunos para que se casara con uno de sus posibles padres y la boda estaba a punto de celebrarse ese sábado. Macaria se quejaba a Olga de que hay que ver las pintas que iba a llevar a la boda con un vestido que se había tenido que arreglar de una cuñada suya para la ocasión. El de su hija lo había conseguido a través de la familia de aquella soltera que se iba a casar con un extranjero al que conoció por Internet y el día antes se murió de un infarto.
            Cuando pasé por el lado de Olga tenía los ojos llorosos y más bonitos, si cabe, ante los lamentos de Macaria. No te preocupes-escuché que le dijo- yo te voy a prestar un anillo de brillantes de mi abuela, que hará que destaques en la boda. Al día siguiente vino Macaria y Olga le tendió una diminuta cajita con el anillo prometido lo que hizo que Macaria emocionada llorara a moco tendido mientras abrazaba a Olga y le lagrimeaba toda su cara a chorros. La boda fue ese fin de semana como estaba prevista pero el problema vino el lunes. Macaria acudió con la cara envuelta en lloros, estaba llegando a pensar si las arrugas de aquella cara no serían fruto de la erosión continua de sus lágrimas, en su dedo un anillo con una piedra violeta brillante que lanzaba destellos con la luz del fluorescente. ¡No tenía forma de sacarse el anillo del dedo! Olga procuraba que no se le traslucieran las emociones, pero se le veía la cara lívida.
            A los dos días seguía aquella peregrinación de Macaria por la oficina con el brillante, decía que había usado de todo jabón, vaselina, grasa de caballo…pero que no había forma. Olga, nerviosa, tiró del él hacia fuera pero no hubo manera, lo único que consiguió es que aquellas lágrimas, tan habituales ya en la oficina, surcaran de nuevo la cara de Macaria. Y así siguió la cosa hasta el lunes en que volvió con aquel brillante, ya nos parecía hasta normal verlo en aquella estropeada mano de olor a lejía. El anillo no se había movido un milímetro. Entonces fue cuando, Alberto el ordenanza, ya un poco harto de aquellas visitas intempestivas le dijo a Macaria que se pasara a última hora y que probaría primero a sacárselo haciendo palanca con un destornillador y si no que vendría un ATS amigo suyo que, en caso negativo, le seccionaría el dedo para que se lo pudiera sacar, luego sólo tendría que llevarlo en un papel de aluminio al Centro de Salud para que se lo cosieran de nuevo. No sé si se lo tomó en serio, pero el caso es que salió como una exhalación de la oficina. A la media hora estuvo de vuelta, con la cajita y el anillo en su interior, que le tendió a Olga, agradeciéndole el préstamo. No dijo cómo pero en cuanto llegó a su casa se lo pudo sacar. Cuando lo tuvo de nuevo en su mano, no me pasó inadvertido el movimiento de subida y bajada de los orondos pechos de Olga que indicaban un suspiro de alivio. Sí puedo asegurar que nunca más le prestó aquel anillo a nadie más, tampoco nadie del pueblo, todo el mundo conoció la aventura, se hubiera atrevido a pedírselo.

5 comentarios

abril -

Me hubiera gustado saber como se lo saco...
Mil besos.

Mescal -

Me ha gustado mucho!

Besitos!

Clooney -

A grandes males, grandes remedios...

Celia García García -

Me ha encantdo el relato y me lo he pasado muy bien.
Gracias.
Un saludo

Ammu -

Gracias!!! por haber visitado mi espacio y tomarte el tiempo de leerlo,,,
gracias también por tus palabras,,,
de verdad,,,gracias!!!