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La oficina siniestra

Virginia (1)

     Aunque en mi primer post conté de manera resumida mi acceso a la Administración, la verdad es que fue un esfuerzo arduo el camino hasta llegar a tan siniestra oficina. Cuando terminé la carrera me decidí prepararme unas oposiciones, para ello me fui a Madrid y me apunté al Centro de Estudios Financieros, una academia de preparación de oposiciones de la que me habían hablado muy bien. Y en una de aquellas clases, mientras nuestra profesora, Elena, desglosaba los requisitos necesarios para la Incapacidad Temporal, fue cuando me fijé en Virginia.  Estaba dos sillas más allá, era alta, delgada no tenía una cara guapa, digamos que "graciosa", y su cabeza estaba coronada por una melena rizada estratégicamente desarreglada. Tenía una pinta "jiposa", como decíamos en aquella época, vestía con vestidos extralargos, y eso me atraía. Eso fue lo que me hizo acercarme a ella y, desde entonces, sentarme a su lado, pero pronto me di cuenta que tenía dos cosas que me empezaron a atrapar el corazón de manera más fuerte. Una era su inteligencia, me seducía, sobre todo la habilidad lingüística que poseía y, como consecuencia, un sentido del humor muy fuera de lo común. Y lo otro que me sedujo, lo descubrí un día, por casualidad. Fue mientras Elena insistía en como se calculaba la base de cotización de la jubilación, yo con la cabeza agachada sobre el papel tomaba nota adecuada de todo lo que decía, pero de reojo, mirando al suelo vi el pie de Virginia.  Se le asomaba  un poco el puente del pie sobre el zapato y entonces vi, justo en ese punto, un lunar negro que me pareció tremendamente erótico.   Desde entonces, cada vez que podía, mientras tomaba nota, no perdía de vista aquel lunar que convertía aquella toma de apuntes en algo más que animoso.

       La amistad con Virginia fue creciendo, salíamos juntos de las clases y quedábamos muchas veces a estudiar. Ella era una verdadera experta en Gestión Financiera y fue la que me ayudó a comprender el manejo y las distintas fases de los documentos contables. Un día me sorprendí con su mano agarrada a la mía mientras caminábamos con nuestras carpetas por el parque del Retiro. Otro día que estaba sentado en un banco del Parque del Oeste lo que me encontré fue sus labios dentro de los míos. Y, "lo peor" fue cuando me vi, como si lo mirara desde fuera, aquel lunar del pie dentro de mi boca, mientras ella desnuda en la cama me miraba entre deseosa y divertida. Entonces me di cuenta que estaba haciendo las cosas, casi sin darme cuenta, sentí que aquel lunar pedicular me estaba hipnotizando y conduciéndome a extremos que nunca había previsto e imaginado. Entre tanto fueron los exámenes, las clases se suspendieron, para mi tranquilidad y me aislé en mi piso estudiando dieciocho horas diarias. El ´"último día" leímos el examen oral por la mañana, en un edificio cerca de la Glorieta de Santa Bárbara, y por la tarde, sobre las siete exponían, allí mismo, la lista de los aprobados. Era el culmen de todo el duro esfuerzo del año, por lo que aquellos que suspendían aquello, se pegaban el mayor de los batacazos. A las siete quedamos para ver el temido tablón y los dos temblábamos cogidos de la mano, mientras el conserje ponía la lista de aprobados en el tablón. ¡Habíamos aprobado!¡Ya éramos funcionarios! Dimos un salto de alegría y nuestros cuerpos se abrazaron.

      No sé que me ocurrió en ese momento, ni siquiera hoy después de veinte años de transcurrido aquello me lo explico. Mientras sentía a Virginia entre mis brazos fue como si todo mi futuro apareciera ante mi vista: Nos darían un destino, nos casaríamos, tendríamos niños, una suegra malencarada, discusiones vespertinas.... Sé que es difícil entender esto, pero un sudor gélido me invadió todo el cuerpo. ¿Nos vamos a celebrarlo?, me dijo Virginia. Un momento que voy a ir al servicio, le contesté. Y mientras ella estaba despistaba, yo salí de allí, poniéndome a correr a toda velocidad, ante la cara de asombro de los paseantes, como si me estuviera persiguiendo una jauría de perros rabiosos y no paré hasta que me encontré en el Paseo de Recoletos. Nunca más vi a Virginia ni volví a saber que fue de ella.

2 comentarios

Eva -

Jajajaja! A mi me pasó lo mismo, pero con el sexo contario. He salido huyendo dos veces en mi vida. Las dos cuando ellos, me propusieron matrimonio!
Besitos!

PD: No eres un cobarde, eres muy valiente. Solo hay que analizar la situacion.

abril -

Siento decirlo, pero me has sonado a cobarde y perdon, pero soy de las que piensan que ahi que vivir el momento y lo que venga Dios dira o el diablo.
Mil besos.