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La oficina siniestra

Ocarina

     Tenía un apellido sonoro, Ocarina, que hacía que nadie supiera su nombre. La primera vez que lo vi por mi oficina apareció con una baja médica, tenía un problema de riñón. Desde entonces las visitas de aquel hombre joven, no llegaba a cuarenta años, y fuerte con ojos transparentes como el cristal se hicieron habituales trayendo los partes de confirmación. Aquel aspecto externo sano desmentía el grave problema que tenía por dentro que lo llevó a que le dieran una incapacidad. Cuando le dije lo que le había quedado, una verdadera miseria, aquellos ojos cristalinos adquirieron más brillo: el de la pena del que no puede llorar y ya dejé de verlo por allí.

      No volví a saber nada de él, hasta que meses después una hermosa mujer de carnes apretadas y pechos desatados acudió por allí, su mirada de cristal me recordaba. Enseguida supe a quien cuando me dijo que era hermana de Ocarina a quien recordaba muy bien. Me contó la segunda parte de la historia. Alguien le había dicho a su hermano que en algún recóndito lugar por una fuerte suma de dinero le trasplantaban un riñón. El deseando abandonar ese problema que le lastraba decidió jugárselo todo a una carta y decidió ganar un dinero que no tenía uniéndose a un par de sujetos que iban a llevar un alijo de droga. Siguiendo esa racha de mala suerte que la vida le escribía, la policía abortó la operación, los otros dos escaparon pero él acabó en la cárcel. Estaba en la enfermería de la prisión porque su problema con el riñón se había agravado. La hermana me pedía el traslado de la pensión a una cuenta en otra provincia, porque para colmo lo habían encarcelado muy lejos, aunque confiaba que en unos meses lo acercaran.

     Pero no duró tantos meses, unas semanas más tardes aquella mujer volvió por allí, pero esta vez con una partida de defunción en que el funcionario del juzgado había escrito con una gran H, Hocarina. Aquella mujer salió de allí con la mirada cristalina turbia por las lágrimas. El sueño de un nuevo riñón de Ocarina acabó tras un nicho de piedra basta. Muchas veces, por el pueblo, me cruzo con esa mujer de mirada de cristal y no puedo dejar de pensar que hay personas cuyos sueños mueren antes de surgir, quizás porque nunca la vida les permitió un mínimo sosiego.

2 comentarios

Noamanda -

Qué triste, de verdad!
Estás en un sitio que verás más de una y dos historias corrientes de la vida del pueblo...

abril -

Que triste.
Hay gente que no tiene mucha estrella y mal viven, hasta que fallecen.
Mil besos.