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La oficina siniestra

La antigüedad

   La antigüedad en la Administración, mucho más que en la vida, es un grado que tiene gran importancia  y que se mide en una unidad de medida llamada trienios. Siempre se habla de esos casos heroicos de un Director Provincial que llegó a ese puesto tras estudios y trabajosa promoción desde que empezó, siendo un imberbe de simple ordenanza.

   Pero la mayoría somos muchos más normalitos y sólo intentamos hacer lo mejor posible nuestro trabajo sin aspirar a grandes cargos. Que se lo pregunten a Alberto que es el más antiguos de mi oficina, que cuenta historias tal abuelo Cebolleta en la que nadie le puede contradecir, pues algunos no habíamos nacido. Hay una habitación tupida, oscura y tenebrosa que guarda celosamente con llave y que, según dice, alguna vez vino el Director Provincial y dijo que no se podía tocar lo que había en su interior. No sabemos siquiera si aquel Director cesó o se jubiló, pero vigila aquello como un  feroz cancerbero. Yo sólo me asomé un día y en los quince segundos que mantuvo abierta la puerta sólo vi el perfil de una estantería y un parduzco y polvoriento sofá. Alberto se queja de que el está muy preparado  y que nadie le promociona, pero nunca se ha preocupado él de hacer nada para ello. Tiene muy clara cuales no son sus funciones, pero nadie sabe exactamente qué es lo que tiene que hacer.

   Eduardo es el siguiente en antiguedad, aunque llegó al pueblo después de mí. También colecciona una serie de trienios, pero que le sirven sobre todo para tener una peculiar filosofía de lo que es el trabajo. Entró por una integración que hubo de interinos, si hubiera habido oposición seguro que no entra en la vida. Cuando le "animo" a trabajar y que deje descansar el periódico que lo tiene ya más que manoseado, me mira con cara sorpresiva y me dice: no hay que tener tanta prisa para resolver los papeles cuando tengas los trienios que yo te darás cuenta. Sin embargo, a pesar de su ristra de trienios, cuando llegó le tuve que enseñar a escribir en un procesador de textos.

   En cuanto a Olga, uy, cuando hablo de ella no puedo dejar de ponerme nervioso... Tras su traumática separación intentó alejarse de su vida anterior y fue a parar a cientos de kilómetros de donde vivía. Allí dejó a su hija, que no quiso acompañarle en aquella viajera aventura, con su ex-marido a quien odiaba cordialmente. Cuando la vi me quedé paralizado. Su tono de piel me recordaba a los caramelos toffees de mi infancia, un marrón brillante que no dejó de trastocarme. Llevaba un vestido muy ceñido que le dibujaba graciosamente sus curvas. Y lo más llamativo, aunque lo he dejado para el final era su escote. Cuando entró en mi despacho a presentarse me pareció una aparición, sus pechos casi dos terceras partes salían fuera del vestido se cimbreaban y yo no podía quitar la vista de ellos, como si temiera que al menor de sus movimientos se saliera alguno fuera. Mejor sigo escribiendo mañana, que me estoy acalorando.

4 comentarios

Brisa -

Con la descripción de Olga, no se yo si tu oficina es tan tenebrosa como nos quieres hacer creer.. habrá que esperar para saber ;-)

Clooney -

ufff! es verdad, hay funcionarios que tienen la rara habilidad de saber qué funciones les corresponden a los demás y qué funciones ellos no tienen que hacer... Me está encantando tu relato, el contenido y el estilo... Quiero más!

ladesordenada -

Gracias por su visita y por tu comentario, Generoso. Veo que acabas de empezar en este raro mundo del blog. Te deseo mucha suerte. Seguiré tus peripecias, uno de mis sueños siempre ha sido ser funcionaria, pero no sé si despues de leerte me quedarán ganas.
Un beso.
Des.

paloma -

¿Habrá tomate con Olga? ufff, por el acaloramiento del final me huele que si :))

BesoS