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La oficina siniestra

La visita del Director General ( y 2)

  Cuando bajé corriendo las escaleras, ya había salido, de aquel gigantesco coche, el Director General, un minúsculo personaje que noté que usaba alzas en las suelas y levantaba la nariz para parecer más alto. A su lado estaba el Director Provincial que miraba algo extrañado la carpeta negra que yo llevaba en tan forzada postura. Mis axilas chorreaban y yo no dejaba de notarlo. Nos presentó, tendiéndome aquel personaje una mano lívida y fría de tal guisa que me pareció saludar a un cadáver. Alberto precedió, con toda solemnidad, el paso de la comitiva hacia nuestra oficina para de paso avisar al personal para que estuviera "preparado". Tras él el alcalde y un servidor a quien seguía el Director Provincial que no paraba de señalar las paredes al Director General, probablemente para se fijara y hacerle notar la inversión que había efectuado en pintura.

   Al entrar en el interior de la oficina, vi que Olga había desaparecido de su sillón sobre el que estaba depositado su flamante abrigo de visón. Eduardo estaba en ese momento encendiendo el pc, pero éste le pedía su contraseña y ahora no se acordaba muy bien cual era, por lo que se dedicaba a mirar a la lámpara mientras trataba de esconder, sorprendido por la rápida llegada, dos pajaritas de papel que acababa de hacer. El Director General escuchaba, como buen político con cara de interés figurado, las explicaciones de su subordinado sobre la gran labor que desarrollábamos para acercar la Administración a aquella perdida comarca. Escuchándolo llegaba a creérmelo, incluso, y que tal vez mi oficina no fuera tan siniestra.

   En aquel preciso momento unos gritos muy fuertes sonaron procedente de los servicios. Ya me imaginé lo que había pasado la puerta necesitaba un cepillado, mira que se lo había dicho a Alberto, y el viento había cerrado la puerta habiendo quedado Olga encerrada.  Alberto cogió un destornillador que para nada sirvió. El Director General tenía cara de sopresa mientras el Provincial no sabía donde meterse. Al fin, tapado en todo momento con la carpeta al dar un golpe con el hombro, que me dolió durante una semana, la puerta se abrió.

  Tras ella apareció Olga con toda la cara negra pues las lágrimas habían realizado una extraña mezcla de colores en su rostro que aparecía lleno de churretes. Ahora que no tenía el abrigo de visón, todos los presentes nos quedamos gratamente sorprendido por el vestido que llevaba o, mejor dicho, por la microscópica tela que portaba sobre su cuerpo, una isla roja en todo un océano, su cuerpo, color caramelo toffee, cargado de cuatro buenas razones, dos grandes por arriba que pugnaban por salir y dos larguísimas por abajo que hincadas sobre finos tacones se aprestaban a correr. A mí me recordó a las que salen desnudas de las tartas de cumpleaños, y por la cara del Director General me pareció creer que aquello lo habíamos montado en su honor. Del Director Provincial no puedo decir nada porque no sé como pudo invisibilizarse.

  Pero lo peor ¿o lo mejor? estaba por llegar. Eduardo abrió una ventana, intentando echar a volar sus pajaritas de papel, y una fuerte racha de viento hizo que la puerta de los servicios diera otro portazo, justo en el momento en que Olga empezó a salir corriendo. Parte de la tela se enganchó en la puerta y al tirar de ella se rasgó. Nunca hubiera imaginado que Olga llevara unas bragas amarillas con un dibujito de Piolín. Ya no me dio tiempo a ver nada más porque, como un cohete, se puso el abrigo de visón y antes de que nos diéramos cuenta había desaparecido de nuestra vista, dejándonos el sonido sincopado de sus tacones.  Nadie dijo nada. La comitiva bajó de nuevo las escaleras, con cara de circunstancia, como quienes vienen de una importante reunión.

  Cuando se marchaba en su BMW, el Director General me volvió a dar aquella mano cadavérica, no sé si sería cosa mía, pero ahora parecía más cálida y me dijo: ¡Bondadoso, (en qué se parecerá a Generoso), no olvidaré esta visita!

  De eso estoy seguro, ni él ni ninguno de nosotros podrá olvidar el día en que nos visitó el Director General.

4 comentarios

Clooney -

Esta oficina me recuerda a las historias del Botones Sacarino... Pues en mi caso, la directora general resultó ser una antigua compañera de universidad, que además se acordaba de mí y me saludó muy afectuosamente... ante la sorpresa de todos!

reflejos -

Bueno en mi caso al ser funcionaria, el día que vino a vernos el \\\"Delegado\\\" me puse la peor ropa que tenía. Claro que son circunstancias totalmente distintas. Me encantó la descripción.
Saludos y encantada.

abril -

A mi me ha recordado a la visita que nos hizo un supervisor, sin previo aviso y nos pillo a dos compañeras y a mi, poniendole motes.
Ni que decir que ya no trabajamos alli.
Mil besos.

Olga -

jajajaja buenísimo, no he parado de reirme. Me he imaginado la escena como en una película de Berlanga. Tu, un hombre pegado a una carpeta y los ojos de todos dirigidos a Piolín. ¡Menudo pájaro el tal Piolín!
No creo que el Dr.olvide esta visita.
Besos