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La oficina siniestra

Marcela (y 2)

     No puedo olvidarme de aquel día ¡cómo se me va a olvidar! En ese momento estábamos solos en la oficina Eduardo y yo. Le estaba explicando frente al ordenador cómo se podía poner en negrita una frase mediante el procesador de textos, viendo de reojo que Eduardo ponía una cara similar a la que pondría si le explicara los fundamentos de la Mecánica Cuántica en japonés. Fue en ese preciso instante cuando estalló la revolución.

       Un repiqueteo de tacones sonó a la entrada una mujer se acercaba y no podía ser Olga que se encontraba en la capital arreglando unos de sus jaleos familiares. Entonces fue cuando apareció por la puerta una figura femenina en la que, al principio, me costó reconocer a Marcela. Su cara maquillada dibujaba delicadamente sus rasgos, una capa de pintura azul sobre sus ojos los dotaba de una cierta apariencia felina y su pintura de labios siempre roja pero ahora con un brillo que parecía estrenarlos. Traía puesta una escueta camiseta blanca de tirantes de color blanco, donde gran parte de sus pechos asomaban traviesos, que le transparentaba todo. El sujetador, en cambio, no pues se veía a las claras que no se lo había puesto. Una escueta falda roja, que le dibujaba con cariño sus líneas traseras más voluptuosas, completaba su coloreado atuendo. Entonces, me percaté que hacía un año del fallecimiento de su marido, cuando eso ocurría en el pueblo era la señal de enterrar el luto y el retiro y volver a la vida normal. Sus piernas redondeadas y turgentes se disputaban su perfección ante mis ojos e introducida en los tacones llevaron a toda aquella vorágine hacia el mostrador donde me encontraba. ¿Por qué notaría cierto temblor en mis piernas?

    Eduardo no se percató de nada ocupado, como estaba, con el procesador de texto y sin comprender como si le daba, eso creía él, a la negrita la frase se ponía en cursiva.

 

   No tardé en darme cuenta de que aquel resurgimiento primaveral de Marcela era en algo más que en su vestuario. Sobre todo cuando tendiéndome unos papeles, que yo debía sellarle, sus dedos de uñas afiladamente rojas se distrajeron entre los míos. Sólo fueron unos instantes, pero lo suficiente para que sintiera a todo mi cuerpo sacudido por unas corrientes eléctricas que excitaron a cada una de mis células. Ella se acercó con una pose cargada de descaro y seducción  y doblando adecuadamente su cuerpo ofreció ante mis ojos la profunda hondonada que se abría entre sus senos prietos por aquella camiseta blanca. Su perfume fresco y sutil invadió mi nariz y acabó de trastornarme más, si es que aún era posible. Por un instante temí perderme en medio de aquella pasión que me brindaba Marcela, y como una ráfaga sobre mi cabeza la pude ver desnuda en la cama sumida en mil juegos eróticos, que ya alguna vez yo había imaginado, y me ví exhausto sin poder seguirle y, al instante, camino del cementerio mientras ella iba detrás, llorando, con su traje negro desempolvado. 
 

      ¡No! Me negaba a que me ocurriera eso y, entonces fue cuando se me ocurrió. Haciendo caso omiso a los ataques de Marcela miré a Eduardo, perdido en el procesador de textos, con deseo, con esa cara que ponen los enamorados. En aquel momento, Eduardo me miró esbozando una sonrisa, no porque se diera cuenta de nada, sino porque de toda la frase había conseguido, al fin, poner una letra en negrita. Marcela se dio cuenta de aquel cruce de miradas, como yo pretendía, y enderezó su cuerpo recogiendo el papel y despidiéndose con unos buenos días.
 

     Olga días después me comentó al volver de desayunar que Marcela le había comentado que nunca se había imaginado que yo fuera gay. ¿De dónde habrá sacado eso?-preguntó Olga. Ni idea-le contesté, mirando al fluorescente del techo.
 

        Desde entonces noté que cuando veía a Marcela, ya fuera en la oficina o en su cafetería, ahora me miraba de una manera distinta. Si antes los hacía con deseo ahora lo hacía con ternura…¿y qué quieren que les diga? Conociendo su historial, prefiero lo segundo.

 

11 comentarios

abril -

Una salida muy socorrida y que casi me atrvo a decir te salvo la vida.
Mil besos.

white -

Acabas de salvar la vida, no importa cómo lo hicieras, ya estás recompensado.

Maura_ -

Oficina sinietstra!!!! (tienes bastante material para compartir).
Gracias por tu visita.

Mescal -

Realmente bueno, seguiré leyendote!

Besitos!

shayuri -

Si, ten cuidado y no vaya a ser que seas el tercero, jejejeje. Gracias por tu visita.
Besotes

Niha -

Sólo por no mostrar interés en ella te supuso gay...
Creo que tanto pensarse por completo irresistible como tener a todos los hombres como animalitos son errores.

incondicional -

Holas, gracias por la visita.
Me gustó mucho tu relato, ciertamente hay gente que no admite que \"no todo el monte es orégano\", ante tu falta de interés, prefirió pensar otra cosa, si es queeeeeee...
Un abrazo.

Olga -

Decidiste no apostar y fuiste a lo seguro.
Quién sabe si no perdiste la oportunidad de tu vida, al dejarte llevar por las habladurías y pensar que serías el tercero en visitar prematuramente el cementerio.
Saludos

pegatina -

Gracias por tus generosas visitas.
Creo que en esta ocasión no supiste ser \\\"generoso\\\"...debiste haber dado todo lo que se te pedía, bueno, al menos una parte porque lo del cementerio!!!!!!, jejeje
Saludos.

Clooney -

A veces los clientes provocan mil y una sensaciones: desde escabullirte y que sea otro el que atienda al pelma, que te pregunta las cosas mil y una vez, hasta desear que vuelva aquel chico que tenía esa voz tan sensual y que te miraba como si quisiera meterse dentro de tus ojos...

Dejaste escapar la oportunidad, tenías miedo que fuera otro quien le tramitara su paga de viudedad por su tercer matrimonio??? buen relato!

Iris -

Suerte en la oficina y buenas peripecias. Gracias por visitarme.
Abrazo.