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La oficina siniestra

En la barra...

...de un bar, así me parecé que pasé toda la mañana, acodado en el mostrador de la oficina. Mis compañeros estaban de vacaciones,a sí que me encontraba yo a solas con Alberto, protestante, no por religión sino por carácter, que no paraba de echar venablos contra las subidas de las hipotecas y la del pan, así como que la gente se cuele en las colas...¡menuda mezcolanza!

    La mañana fue distraída,no paro de llegar gente, a la que aparte de solucionarle los pellizcos o cardenales que le producen la burocracia administrativa, procuro el adentrarme en esa parte de su vida que todo el mundo está anhelante de compartir.

    Muy temprano llegó Adela, que venía a solucionar unos papeles de su pensión, mientras se los rellenaba me hablaba diciéndome, en confianza, que necesitaba que se le arreglara cuanto antes, de sus cinco hijos, tres han estado enganchado en la droga y de hecho hay todavía uno en prisión que necesita ayuda económica semanal, sin contar los nietos que todos los días comen de su olla.

    Más tarde Engracia, llegó cojeando debido a los puntos de la cesárea, a quien hace unos días le solucionamos una paga de malos tratos apareció para que conociéramos a su hija recién nacida. Había nacido antes de tiempo, pero era una pequeña y preciosa muñeca acolchada en su cochecito. Engracia tiene 33 años y esta es su séptimo hijo, con tres padres diferentes distintos y con una paga escasa que recibe. Ahora recibirá por el nacimiento los famosos 2500 euros y otros 1000 por nacimiento, será un momentáneo balón de oxigeno para esta familia, pero ¿y después?

     Julio tiene poco más de cuarenta años y una cara de hormigón, hoy no trabajaba y se acercó por allí a hacer una de esas preguntas en las que vanamente pretende hacerse experto en triquiñuelas administrativas, de paso me contó que el día anterior estuvo arreglando la moto en un taller y que al salir del mismo, lo pilló la policía y como no tenía casco ni seguro se llevó la moto. Al preguntarle si pagaría la multa para recogerla, me dijo que no, que se quedaran con ella, que él ya tiene otra moto.

     Así entre papeles y conversación, y con la sensación de haber aprovechado la mañana terminé la semana. Cada vez me siento más a gusto con mi trabajo y hay días como hoy que me parece, incluso, que he pasado la jornada en la barra del bar.

Volviendo

Sí, tenía algo olvidado este rincón, pero...¡volveré pronto!

Una misión especial

      Una mañana me llamó el Director: atento Generoso que acabáis de ser nombrado para una misión especial. Es la única minúscula oficina de toda España elegida para hacer de prototipo administrativo en la regulación de inmigrantes. Al día siguiente un enorme dossier me llegó con todas las instrucciones del proceso. Estuve encerrado en la oficina hasta las tres de la mañana imbuyéndome de todo aquello. Al día siguiente convoqué una reunión de las fuerzas vivas de la oficina, Alberto había ido a Correos y Eduardo se había dormido una vez más, así que sólo fue con Olga en un tête a tête o al menos eso quise imaginar. Ahora que me senté cerca...¡qué bien olía la joía!

     Aterrizando, entre los dos decidimos como sería todo el procedimiento que habría que aplicar el lunes siguiente y así se lo conté breve y simplemente a Alberto y Eduardo. Éste puso la misma cara que si le hubiera dicho que tendríamos una visita de la plana mayor de Marte. El lunes todos llegamos muy temprano, incluso Eduardo. Alberto, acorde con las circunstancias, había desempolvado un uniforme de ordenanza de su primera época que contenía más galones que la bocamanga de un almirante. No se podía mover demasiado porque le estaba un poco justillo, se ve que la buena vida le había engordado. Eduardo sentado en su mesa con cara de interesante optó por guardar las pajaritas de papel en el cajón,no quedaban muy bonitas sobre la mesa. Olga parecía que estaba esperando que en el proceso de inmigración llegara algún queje árabe. Se había puesto un vestido enormente ceñido por abajo que se abría por arriba, como una flor, pero no eran un par de pétalos precisamente lo que quedaban prácticamente al descubierto. Me costó separar la vista de aquellas "verdades" de Olga y me fui al despacho.

     En el despacho había montado yo mi centro de operaciones, tenía un monitor de televisión conectado con las cámaras de la televisión local que estaban grabando para tomar constancia de tan importante noticia para el pueblo, luego cederían las imágenes a las emisoras nacionales. Desde las nueve no separé la vista de la pantalla imaginando que llegaría gentes de distintos tipos y razas que vivían en la comarca. Pero a las diez y media no había entrado nadie. La cámara enfocaba un jardín vacío, Olga atuzándose, Alberto firme contra la pared sin mover una ceja y Eduardo perplejo con un sudoku pensando que era un crucigrama un poco extraño. A las doce seguía sin aparecer nadie. Cuando a las doce y media... me di cuenta de algo! En uno de los barridos exteriores de la cámara se detuvo en la verja de entrada y pude ver con claridad ¡el candado puesto!

     Salí corriendo del despacho a hablar con Alberto quien me dijo que con el uniforme tan elegante no iba a abrir el candado para mancharse el lustre de los zapatos y que le había dado las llaves a Eduardo, éste repuso que entendió que había que abrir la puerta de entrada pero que nada sabía de aquel candado. ¡Cómo iba a entrar nadie si el candado estaba cerrado a cal y canto! Abrimos finalmente y entraron cinco en el resto de la mañana, cuatro de ellos equivocados, pensando que allí se repartían bolsas de comida para inmigrantes. El Director me llamó al final de la mañana para saber cómo había ido todo. Le dije que la experiencia de "maravillas" y que ya le mandaría un pequeño documental.

     Lo que sí me salió caro fue toda aquella parafernalia porque tuve que sobornar con una mariscada al director de la televisión local para que suprimiera en el documental las imágenes del candado cerrado y cambiara las horas de llegada de los distintos inmigrantes. ¡Nunca más experiencias de éstas!

Ocarina

     Tenía un apellido sonoro, Ocarina, que hacía que nadie supiera su nombre. La primera vez que lo vi por mi oficina apareció con una baja médica, tenía un problema de riñón. Desde entonces las visitas de aquel hombre joven, no llegaba a cuarenta años, y fuerte con ojos transparentes como el cristal se hicieron habituales trayendo los partes de confirmación. Aquel aspecto externo sano desmentía el grave problema que tenía por dentro que lo llevó a que le dieran una incapacidad. Cuando le dije lo que le había quedado, una verdadera miseria, aquellos ojos cristalinos adquirieron más brillo: el de la pena del que no puede llorar y ya dejé de verlo por allí.

      No volví a saber nada de él, hasta que meses después una hermosa mujer de carnes apretadas y pechos desatados acudió por allí, su mirada de cristal me recordaba. Enseguida supe a quien cuando me dijo que era hermana de Ocarina a quien recordaba muy bien. Me contó la segunda parte de la historia. Alguien le había dicho a su hermano que en algún recóndito lugar por una fuerte suma de dinero le trasplantaban un riñón. El deseando abandonar ese problema que le lastraba decidió jugárselo todo a una carta y decidió ganar un dinero que no tenía uniéndose a un par de sujetos que iban a llevar un alijo de droga. Siguiendo esa racha de mala suerte que la vida le escribía, la policía abortó la operación, los otros dos escaparon pero él acabó en la cárcel. Estaba en la enfermería de la prisión porque su problema con el riñón se había agravado. La hermana me pedía el traslado de la pensión a una cuenta en otra provincia, porque para colmo lo habían encarcelado muy lejos, aunque confiaba que en unos meses lo acercaran.

     Pero no duró tantos meses, unas semanas más tardes aquella mujer volvió por allí, pero esta vez con una partida de defunción en que el funcionario del juzgado había escrito con una gran H, Hocarina. Aquella mujer salió de allí con la mirada cristalina turbia por las lágrimas. El sueño de un nuevo riñón de Ocarina acabó tras un nicho de piedra basta. Muchas veces, por el pueblo, me cruzo con esa mujer de mirada de cristal y no puedo dejar de pensar que hay personas cuyos sueños mueren antes de surgir, quizás porque nunca la vida les permitió un mínimo sosiego.

Zoo loco

              Este era el título de un programa en blanco y negro, lógicamente, que echaban en televisión en aquellas larguísimas tardes de la  infancia en que no podíamos ni cambiar de canal. Y es que la situación que estamos viviendo en la oficina me lo está recordando y es que en el tiempo que llevo aquí nunca había visto tantos animales pululando por ella.            

              Ya son habituales las moscas, algunas verdaderas mosconas que nos acompañan tanto en verano como invierno con sus zumbidos monocordes. Tenemos un par de gatos intermitentes que aprovechan nuestro escuálido jardín para sus ratos de ocio o dormitar. Luego tenemos un ejemplar especial de salamanquesa que antes  se deslizaba por las distintas paredes de la oficina, hasta que pusimos un gran cuadro que ha tomado como guarida y en la que disfruta del solaz de su refugio. Un día sentí el revoloteo de un pájaro pensé si no sería alguna de las pajaritas de papel que hace Eduardo que hubiera empezado a revolotear, pero no un gorrión se había colado hasta dentro, finalmente logramos conducirlo hasta la ventana para que se fuera. Pero parecía que le han encontrado gusto  ya que al día siguiente se coló otro gorrión, éste se escondió tras un armario que tuvimos que mover para que se fuera.   

                Lo último ha sido un enjambre de abejas que se instaló tras una ventana aprovechando una rendija en la pared y allí estaban todo el día revoloteando, impidiendo que abriéramos la ventana. Hoy hemos llamado a una empresa antiplagas que se ha encargado, con mucho cuidado de echarles un veneno que ha terminado con todas ellas. Me ha dado cierta pena pero algo tengo claro de haberles presentado un requerimiento invitándoles a irse no me hubieran hecho ningún caso.

Sequía administrativa

           Ya sé que este blog es como un átomo minúsculo en medio de la blogosfera, un rincón destartalado con olor a papeles y con el sólo ruido de las impresoras laser. Hay épocas en que la sequía de la vida administrativa se contagia a otros rincones como a este blog y me doy cuenta que las hojas que tengo entre manos carecen del romanticismo de las hojas de un baobab, por ejemplo. Y entonces me vuelvo cómodo, me dejo atrapar por la monotonía y hundirme en la miseria de la rutina. Pero en medio de ello quiero agradecer el ánimo y el apoyo incondicional a este blog de Abril. Para ella va dedicado este post.Guiño

Listos y tontos

        Hoy pasó por la oficina Juan, pidiéndome un certificado de su pensión. Es un artesano que trabajó durante cuarenta años en una industria. Uno lo ve por la calle con su aspecto desaliñado dentro de un orden y no se imagina que es uno de los más ricos del pueblo, gracias a una herencia familiar. Vamos que, aunque no se le note, le sale el dinero hasta del dobladillo del pantalón. Al completar los datos de su mujer me di cuenta que era su cumpleaños y se lo dije a él, cosa de la que no se había percatado. Le dije que le comprara unas flores y quedaría como un señor, pero dijo que costaban dinero...ahora entiendo cómo tiene tanto dinero.

        Tiene cuatro hijos ya mayores y trabajadores de los que está contento. Me decía que uno de ellos había comprado un terreno en el pueblo y le había dicho que si actuaba como avalista. El, sabiamente, le dijo que sí pero con una condición: ese terreno se pondría a nombre de Juan hasta que su hijo acabara de pagarlo. Me vino a decir que en toda familia hay listos y tontos y temía que este fuera de los listos y en un determinado momento se le ocurriera no pagar, ¿para qué si su padre tiene dinero para pagarlo? Y es verdad eso, en todas las familas, trabajos y sociedades hay algunos que se suelen pasar de listo y se aprovechan del resto, mientras los otros callan y cargan sobre sus espaldas el esfuerzo que no hacen los listos. Por eso le dije a Juan que me parecía muy acertada su decisión.

        Juan se fue sonriente y con sus andares jubilosos, no me extrañaría que finalmente le llevara flores a su mujer....pero arrancadas del campo.

Alta médica

   Hoy, mientras trabajaba en mi despacho, pude escuchar la siguiente conversación entre Olga y un agricultor que suele venir todas las semanas a entregar el parte de confirmación de la baja médica:

-Hola Olga, te traigo el parte de confirmación y también el parte de alta médica.

-¿Ya estás recuperado?

-El médico me quería prolongar la baja, pero yo estoy harto de no hacer nada, he engordado ocho kilos y me estoy poniendo como un berraco. Total lo que tengo es un bulto en el huevo izquierdo que cuando hago cualquier esfuerzo se me pone la polla gordísima y tarda un montón en bajarse.

-¿Cómo?¿En serio?-preguntó Olga sorprendida.

-Lo que te he dicho, me ha dicho que lo observe y si sigue igual en seis meses me opera.

No me pasó desapercibido unos segundos de silencio antes de que Olga le dijera:

-¿Te apetece un café?

-Vale.

Generoso! vuelvo dentro de un rato, me dijo.

     Tardó más de una hora en volver. ¿Sería cosa mía o llegó acalorada y con una sonrisa de oreja a oreja?

Infección

           Por un virus que ha infectado los ordenadores de la oficina no he podido actualizar el blog. Eso ha hecho que hayamos tenido la actividad casi paralizada, hoy sin ordenadores en la oficina no se puede hacer nada. Y en estas muchas horas de ocio y de presencia obligada cada uno lo ha dedicado a lo que ha podido:
 

          -Olga con un estuche de maquillaje que se compró en las vacaciones de Semana Santa ha estado haciendo prácticas y cambiado su imagen tres o cuatro veces al día. A cada nuevo look pasaba por mi despacho para que le pusiera nota de 0 a 10. Debo decir que en tres ocasiones llegó al 9,5. Y es que no sé que le pasa pero cada vez está más atractiva, creo que en estos días le influye la tonalidad color toffee que se ha traído de las vacaciones en la costa.


          -Alberto está eufórico y orgulloso porque en este tiempo ha logrado terminar un libro de 150 sudokus.

          -Eduardo siguió confeccionando bandadas de pajaritas de papel con tal ensimismamiento que hasta el segundo día no se enteró que los ordenadores estaban estropeados. Cuando supo lo de la infección por virus, pidió permiso para salir al médico de cabecera. Luego me enteré que había ido a solicitar una vacuna no fuera a ser que se contagiara por la proximidad de su silla a uno de los ordenadores infectados.

Cambio de ubicación

        Me he dado cuenta, en mis años de experiencia administrativa, que uno de los mayores traumas, que se le puede ocasionar a un funcionario, son los relacionados con el desplazamiento de su mesa de trabajo. Eso ocurrió en mi oficina que, como consecuencia de unas obras que, hubo que realizar para abrir una ventana y ganar en luz y ventilación hubo que cambiar de lugar las mesas de Eduardo y Olga.  Pero, entonces, surgió un gran conflicto, una vez hecha la ventana los dos querían su mesa junto a ella. Olga insistía en que el aire le venía bien para la alergia. Eduardo proclamaba que su antigüedad era un mérito, a su favor, para elegir ubicación. Las mesas decidí dejarlas igual ese día, pero lo único que conseguí es atrasar el problema. Ni siquiera Olga que llegó vestida al día siguiente con un  peculiar derroche de sensualidad convenció a Eduardo. Los ánimos se encresparon y dejaron de hablarse, hasta que estuve hablando individualmente con cada uno. Eduardo no cedió un ápice. Olga durante nuestra charla estuvo también cabezona, pero de pronto algo, no me dijo qué, le pasó por la cabeza, cambió de actitud y dijo que estaba de acuerdo.  En ese mismo momento se colocó la mesa de Eduardo junto a la ventana y el ambiente se destensó.

               Yo me sentía bien al ver, no sabía cómo, que todo el mundo estaba contento. Así transcurrieron varias semanas, hasta que un día Eduardo que estaba asomado por la ventana observando el paisaje, soltó un grito estentóreo. Pude ver cómo en ese momento una abeja le picó en la nariz, el empezó agitarse con exagerados movimientos, lo que hizo que tras esa otras coleguillas siguieran su ejemplo y Eduardo tuviera que salir corriendo, alejándose de aquella ventana. Con el debido cuidado pudimos observar que junto a la ventana se había colocado un enjambre de abejas. A Eduardo le dieron una baja médica por varios días y cuando vino a entregarla, con la cara aún hinchada, le dijo a Olga que si quería podía colocar su mesa junto a la ventana, que él pondría su mesa, a partir de ahora en el lado más alejado de la misma. Llamamos a un apicultor del pueblo que, debidamente protegido, se encargó de retirarlo. ¡Qué cosa más extraña que las abejas hayan colocado su enjambre junto a esta ventana! Es algo muy poco habitual- me comentó.

                 En cuanto se fue el apicultor con las abejas Olga colocó su mesa junto a la ventana, no me pasó inadvertida la socarrona sonrisa que iluminaba su rostro. La verdad es que estaba radiante, con la luz del sol que entraba acariciándole toda aquella piel, perennemente morena, que le dejaba al descubierto el reducido vestido que se había puesto ese día. Cuando nos marchábamos, Olga abrió su cajón y sacó un libro, en aquel momento se le cayó al suelo y a pesar de que, al agacharse, la vista de sus pechos oscilantes me imantó la mirada, tuve tiempo de ver el título del libro: “Manual del perfecto apicultor: Cría de abejas”. Con un movimiento de ilusionista el libro desapareció en el interior de su bolso. Yo me quedé inmóvil mientras se alejaba con esos vaivenes tan sinuosamente suyos.  Sintiendo que la miraba, volvió su cara y me guiñó un ojo. Aún seguía yo con la cara de bobo puesta cuando lo único que quedó de Olga en aquel lugar fue el sonido de su taconeo.

Virginia (y 2)

         Mi jefe me llamó con urgencia, diciéndome que al día siguiente vendría una inspección a mi oficina, pues querían revisar cómo se realizaban algunos de los procedimientos administrativos. Que él no podría acompañar al inspector pues tenía que ir a Madrid pero que tuviera cuidado y no metiera la pata, sobre todo que no le hiciera quedar mal.

        Al día siguiente, estaba yo sentado en pura tensión ante mi mesa esperando que llegara el susodicho inspector, cuando a través de la puerta del despacho escuché unos tacones que se acercaban a la oficina.  Alberto entró a avisarme que preguntaban por mí. Y cuando salí me encontré frente a mí una señora de buen ver, elegantemente vestida con un traje de chaqueta a medida, que me tendió la mano presentándose como Virginia Olmedo la inspectora.

          Tuve que esforzarme para no desmayarme allí mismo y superar el nudo que se me formó en el estómago. ¡Era Virginia! Estaba muy cambiada, aparte de su elegancia en el vestir y su cuidado aspecto, sus rasgos ahora maduros conservaban aquella naturalidad de sus años jóvenes, aunque no me pasó desapercibido que las pecas de la cara habían desaparecido con un cuidado maquillaje. Ella no pareció reconocerme y yo, vistas las circunstancias de la última vez que nos vimos, preferí no decir nada. Pasamos a mi despacho y me estuvo preguntando muchas cosas referidas a los trabajos que desarrollamos, de lo que iba tomando nota en un ordenador portátil que traía. No me dio opción a tutearla y durante todo el tiempo me habló de usted, en un tono, incluso, seco que en algún momento me llevó a dudar que era aquella Virginia con la que tanto había compartido. El interrogatorio fue exhaustivo y me hizo traerle mucha de la documentación que tenía archivada y que examinó con lupa. A las tres de la tarde mis compañeros se fueron y yo seguí frente a ella, no sabiendo cuando iba a poder comer ese día.            Olga fue la última que se marchó, y entonces ocurrió algo sorprendente, se desabotonó un botón de su camisa, con lo que no me pasó inadvertido al ver su escote que “quien tuvo retuvo”. Y levantándose, con un movimiento súbito y sorpresivo, me besó levemente los labios.  Fue cuando rompió a reír. ¿Te creías que no te había reconocido?, me dijo.  Cuando me dijeron que había que hacer una inspección en tu pueblo me ofrecí voluntaria, tenía ganas de verte después de tantos años. No supe que decir. ¿Tienes hambre? Hasta entonces me había pasado inadvertida una bolsa de plástico que traía y de la que sacó una pequeña tarta de chocolate. Como ves me sigo acordando de tus gustos- me sonrió mientras una mirada pícara encendía sus ojos.  ¡Era mi tarta preferida!, la pusimos encima de la mesa y aunque ella no probó bocado, decía que estaba convaleciente de una gastroenteritis y tenía que seguir en ayunas, no quiso dejarme sin aquel regalo.  Mientras comía aquel suculento manjar el ambiente se relajó y estuvimos hablando de nuestros viejos tiempos y de lo que había cambiado nuestra vida. Ella tras aprobar las oposiciones entró en el cuerpo de Inspectores y estaba continuamente viajando por España, se había divorciado hacía dos años, pero me indicó que ahora se sentía de maravillas. De pronto miró el reloj. Tengo que marcharme, que he quedado en la capital. Me pidió el número del móvil y dándome otro leve beso salió, atravesando la puerta, con un gracioso movimiento de trasero.

                Me dediqué a guardar ordenadamente todas las carpetas que había tenido que sacar y organizar mis papeles para el día siguiente, cuando, de pronto, un retortijón en la barriga me hizo ir al retrete. Allí me vacié, sintiendo unos dolores bastante fuerte. Intenté levantarme varias veces, pero cada vez que lo intentaba, nuevos retortijones hacía que siguiera en aquel doloroso lugar. Al cabo de media hora cuando salí de los servicios con el cuerpo sumido en sudores fríos y las piernas temblorosas me acerqué a la mesa donde tenía el móvil: había recibido un mensaje con número oculto. Cuando lo abrí, me tuve que sentar para no caerme:

“La venganza es un plato que se saborea, mucho mejor, cuando se cocina muy lentamente ;-P – Virginia”.

 

 

Virginia (1)

     Aunque en mi primer post conté de manera resumida mi acceso a la Administración, la verdad es que fue un esfuerzo arduo el camino hasta llegar a tan siniestra oficina. Cuando terminé la carrera me decidí prepararme unas oposiciones, para ello me fui a Madrid y me apunté al Centro de Estudios Financieros, una academia de preparación de oposiciones de la que me habían hablado muy bien. Y en una de aquellas clases, mientras nuestra profesora, Elena, desglosaba los requisitos necesarios para la Incapacidad Temporal, fue cuando me fijé en Virginia.  Estaba dos sillas más allá, era alta, delgada no tenía una cara guapa, digamos que "graciosa", y su cabeza estaba coronada por una melena rizada estratégicamente desarreglada. Tenía una pinta "jiposa", como decíamos en aquella época, vestía con vestidos extralargos, y eso me atraía. Eso fue lo que me hizo acercarme a ella y, desde entonces, sentarme a su lado, pero pronto me di cuenta que tenía dos cosas que me empezaron a atrapar el corazón de manera más fuerte. Una era su inteligencia, me seducía, sobre todo la habilidad lingüística que poseía y, como consecuencia, un sentido del humor muy fuera de lo común. Y lo otro que me sedujo, lo descubrí un día, por casualidad. Fue mientras Elena insistía en como se calculaba la base de cotización de la jubilación, yo con la cabeza agachada sobre el papel tomaba nota adecuada de todo lo que decía, pero de reojo, mirando al suelo vi el pie de Virginia.  Se le asomaba  un poco el puente del pie sobre el zapato y entonces vi, justo en ese punto, un lunar negro que me pareció tremendamente erótico.   Desde entonces, cada vez que podía, mientras tomaba nota, no perdía de vista aquel lunar que convertía aquella toma de apuntes en algo más que animoso.

       La amistad con Virginia fue creciendo, salíamos juntos de las clases y quedábamos muchas veces a estudiar. Ella era una verdadera experta en Gestión Financiera y fue la que me ayudó a comprender el manejo y las distintas fases de los documentos contables. Un día me sorprendí con su mano agarrada a la mía mientras caminábamos con nuestras carpetas por el parque del Retiro. Otro día que estaba sentado en un banco del Parque del Oeste lo que me encontré fue sus labios dentro de los míos. Y, "lo peor" fue cuando me vi, como si lo mirara desde fuera, aquel lunar del pie dentro de mi boca, mientras ella desnuda en la cama me miraba entre deseosa y divertida. Entonces me di cuenta que estaba haciendo las cosas, casi sin darme cuenta, sentí que aquel lunar pedicular me estaba hipnotizando y conduciéndome a extremos que nunca había previsto e imaginado. Entre tanto fueron los exámenes, las clases se suspendieron, para mi tranquilidad y me aislé en mi piso estudiando dieciocho horas diarias. El ´"último día" leímos el examen oral por la mañana, en un edificio cerca de la Glorieta de Santa Bárbara, y por la tarde, sobre las siete exponían, allí mismo, la lista de los aprobados. Era el culmen de todo el duro esfuerzo del año, por lo que aquellos que suspendían aquello, se pegaban el mayor de los batacazos. A las siete quedamos para ver el temido tablón y los dos temblábamos cogidos de la mano, mientras el conserje ponía la lista de aprobados en el tablón. ¡Habíamos aprobado!¡Ya éramos funcionarios! Dimos un salto de alegría y nuestros cuerpos se abrazaron.

      No sé que me ocurrió en ese momento, ni siquiera hoy después de veinte años de transcurrido aquello me lo explico. Mientras sentía a Virginia entre mis brazos fue como si todo mi futuro apareciera ante mi vista: Nos darían un destino, nos casaríamos, tendríamos niños, una suegra malencarada, discusiones vespertinas.... Sé que es difícil entender esto, pero un sudor gélido me invadió todo el cuerpo. ¿Nos vamos a celebrarlo?, me dijo Virginia. Un momento que voy a ir al servicio, le contesté. Y mientras ella estaba despistaba, yo salí de allí, poniéndome a correr a toda velocidad, ante la cara de asombro de los paseantes, como si me estuviera persiguiendo una jauría de perros rabiosos y no paré hasta que me encontré en el Paseo de Recoletos. Nunca más vi a Virginia ni volví a saber que fue de ella.

Más de ruidos

         El pasado 30 de marzo expuse en un post lo que me había ocurrido en relación a unos ruidos que producía el vecino de al lado. Como dije aquella historia de ruidos acabó con el acompañamiento que hice hasta el cementerio del ataúd de aque vecino… ¡o eso supuse yo!

         Aquella noche me acosté pronto, quería disfrutar de la primera noche sin ruidos en mucho tiempo, pero a las seis de la mañana el clic-clic que ya tan bien conocía me despertó.  Pero había una diferencia si antes me despertaba molesto y enfadado, ahora lo hacía aterrorizado. ¿Cómo era posible escucharlos de nuevo? Era como si mi vecino se hubiera enfadado conmigo y hubiera vuelto del más allá a ocuparse de esta especial venganza. Sí, ya sé que suena a locura, pero a esas horas y cuando la mente está, en cierta medida, dañada por una obsesión, les aseguro que no es raro pensar eso sino cosas peores.  Me incorporé en la cama y el clic-clic sonaba claro y rotundo.

           No quise comentar nada de aquello a nadie, no era bueno que el jefe de la oficina empezara a tener fama de que no andaba bien del coco, pero sí me fui a un pueblo cercano donde sabía que había una vidente a la que fui a consultar mi problema. Ella, tras echarme las cartas, me vino a decir lo que yo pensaba, el espíritu de mi vecino por alguna extraña razón no quería descansar definitivamente sin darme un poco la lata. Y me mandó una especie de ungüento para que, según ella, untando la pared de comunicación no dejara pasar aquellos ruidos provenientes de un espíritu tan inquieto. El único peso que me quité de encima tras esta consulta fue el de los 150 € que le tuve que darle por la entrevista y el ungüento. Lo di a las paredes con una espátula y aquello olía a perros muertos y me dispuse a dormir…hasta que a las 6 una vez los ruidos iniciaron su habitual concierto. Para colmo no podía devolver el ungüento porque la ladina de la vidente me advirtió que no aseguraba su funcionamiento si era un espíritu muy poderoso.

Así que todo siguió igual durante una semana, salvo mi ánimo que iba en franco declive. Un día, desesperado, en que me desperté poco antes de las seis me asomé a la ventana a tomar el aire y fue cuando vi que paró debajo de casa Gabino, el policía local del pueblo, aparcó el coche oficial y se dirigió a la casa de enfrente que era donde vivía Marcela la viuda, quien le esperaba asomada en la ventana. Al momento se corrieron las cortinas de las ventanas y empezó el clic-clic que ya conocía. A la media hora salía Gabino de nuevo hacia el coche, abotonándose y colocándose la pistola en su sitio. Y, entonces, lo entendí todo. A las 6 de la mañana terminaba la ronda de Gabino y todos los días venía a “consolar” a Marcela. El clic-clic que yo escuchaba no era de la casa de al lado sino el de la cama de Marcela que se agitaba por el tandem Gabino-Marcela.

       Esa tarde me encontré con Gabino por la calle, y le comenté que alguien me había dicho que como viera detenerse su coche en mi calle otro día a las seis de la mañana, iba a sonar el teléfono de su casa y despertaría a su mujer. Su cara quedó lívida y me agradeció que lo avisara. Nunca más volví a escuchar aquel terrible clic-clic y desde entonces duermo como un bendito.

Primaverizándome

         Me llenan de optimismo estas mañanas primaverales. Cuando voy a la oficina me suelo cruzar con mujeres que van a coger el autobús para la capital y esos perfumes matinales, que me envuelven en feromonas, me estimulan. Los árboles despiertan sus ramas florecidas con los mil colores que despierta la luz del amanecer, mientras el canto del jilguero y el gorjeo de cientos de pájaros acompasan con ritmos melódicos mi marcha . Pienso todo esto mientras voy a desayunar al bar de Marcela, atravieso la calle principal donde están abriendo las tiendas y las jóvenes dependientas de reducidas faldas muestran unas piernas invernalmente blancas, pero más sugerentes por la falta de costumbre en verlas, y con atrevida timidez empiezan a descubrir sus escotes mientras  barren las puertas de los establecimientos o hacen complejas posturas de estiramientos limpiando los cristales de los escaparates. A que por una vez va a tener razón el impresentable Andresillo Calamacho cuando dice que "en primavera todas las mujeres estás buenas". Ahora se ha levantado mucho viento, es otra característica primaveral en esta zona, el exceso de aire, menos mal que con mi pelo corto no tengo problemas de despeinarme con estas rachas ventosas. Paseo por la plaza del pueblo, la piedra de la iglesia lanza, destellos amarillos, alumbrada por el sol. El nido de la torre ya está ocupado por las cigüeñas que planean elegantemente sobre mi cabeza….

            Acabo de salir del consultorio médico y todavía estoy un poco trastornado, aún me duele la cabeza y tengo que ir a casa a cambiarme porque me he puesto toda la ropa perdida. Según me ha comentado el médico es la primera vez que atiende a alguien a quien se le haya caído en la cabeza, desde lo alto del nido, el huevo de una cigüeña., pero que tampoco le extraña con el ventarrón que sufrimos. ¡En fin hasta la primavera tiene su lado negativo!

Un ruido molesto

           A pesar de vivir en este perdido pueblo mesetario, la globalización ha llegado hasta aquí y ha acabado con aquellas sólidas casas de pueblo, convirtiendo el paisaje urbano en los mismos pisos en cualquier parte de la geografía peninsular con las mismas carencias de construcción.  Mi piso un segundo de una casa de tres pisos tiene un enorme problema de insonorización. Se escucha una tos y puede ser, incluso, de dos bloques más allá.

 

           Pegado al mío construyeron uno y pronto noté que se habitaban porque podía seguir la mudanza sonoramente desde mi salón. Lo peor fue una mañana, yo me suelo levantar temprano, poco antes de las siete, pero aquel día un clic-clic me despertó a las seis en punto, escuchaba a lo lejos las noticias de Radio Nacional de España pero mucho más cerca ese ruido. Al poco se calló pero unos  minutos más tardes fue sustituido por un grifo y clic-clic. Otro silencio y repetición de ruidos que ya me espabiló del todo. Después de prestar atención me di cuenta lo que era, el fulano de la casa de al lado se estaba afeitando a esas horas al otro lado de la pared, tras la cabecera de mi cama. ¡Vaya ocurrencias! Yo ya tenía cierta experiencia en afeitarme y no entendía que para hacerlo tuviera que abrir y cerrar el grifo doce veces acompañado con el ritmo de la cuchilla de afeitar sobre el lavabo.  Aquel despertar súbito me hizo estar somnoliento en la oficina y soltarle alguna mala contestación a Olga. Pero lo peor fue al día siguiente a las seis en punto la repetición de todo aquel ritual. Y aún peor los siete días siguientes, incluidos sábado y domingo, en que se repetía aquel ruidoso ritual y mi espabilamiento matutino empezaba a flaquear. Yo no pude aguantar más y me fui a casa de mi vecino. Me abrió la puerta una señora muy amable que me presentó a su marido un hombre gordo, gigantesco ya jubilado y malencarado, porque cuando le conté mi problema la única solución que me dio es que me pusiera tapones en las orejas, que él llevaba toda la vida levantándose a esas horas, en que se afeitaba y se iba a la calle a caminar y no iba a cambiar ahora por que me molestara, aparte de que él en su casa hacía lo que le daba la gana. Así que de allí a la farmacia a comprarme tapones de cera que me molestaban los oídos y que sólo a duras penas mitigaban ese ruido mañanero.

 

      Así aguanté varias semanas, hasta que un día, sorprendentemente, me desperté a las siete sin que me hubiera enterado de aquel molesto ruido. Ese mismo día en la oficina llegó mi simpática vecina con cara apenada, pero no pareció recordarme, a que le diera los papeles para la viudedad, le dí el pésame cosa que ella me agradeció. No quiero ser malo, pero me pareció sentir un ligero alivio de no volver a escuchar aquel ruido. Aquella noche cuando me acosté lo hice con un relajamiento desusado, descansé mucho mejor hasta.... las seis! De nuevo el clic-clic, pero ¿cómo era posible? El inconfundible ruido contra el lavabo, ¿habría venido desde la tumba a castigar por ese alivio que había sentido por su desaparición? Pero lo más sorprendente fue cuando asomado a la ventana vi salir a mi vecina de negro del brazo de su malencarado marido.No entendía nada, hasta que aquella mañana en la oficina tras el desayuno en la cafetería de Marcela vi algo que me siguió sorprendiendo. Confieso que me tomé una copa de coñac a ver si me animaba, pero eso no fue lo suficiente como para que viera doble. Allí tenía a mi vecina multiplicada por dos de negro riguroso, venía a entregar la viudedad...pero la que venía con ella era su hermana gemela a quien se le había muerto un par de días antes su marido. ¡Ahora lo comprendí todo! Yo había matado "virtualmente" a su marido.

      Siguieron los ruidos, pero aquel vecino malencarado tenía un corazón muy débil, le tenía mucho cariño a su cuñado, era su compañero de paseos y quince días después también le acompañó en su camino a la tumba. De nuevo estuvieron las dos gemelas a arreglar la otra viudedad, pero esta vez me mentalicé para que no me entrara el alivio. Aquella noche me acosté aunque algo escamado...y a las seis: clic-clic...pero esa es ya otra historia.

De pie en el banco

     Hoy Olga salió un momento para llegarse al Banco a ver si había cobrado. Pero si es aún pronto, le dije. No es que tengo que ver si mi exmarido ha ingresado el importe correspondiente y mi padre una cantidad que me suele regalar porque a estas alturas, con tanto gasto, no tengo un euro en la cuenta.Cuando regresó, noté que su cuerpo, habitualmente tan enderezado venía un tanto basculante y su cara más que un poema era una elegía.


-¡Qué cara traes puesta! ¿No te han ingresado?- le dije.
-Sí que tengo el dinero ingresado. No es eso.
-¿Entonces?
-Mira, Generoso, he tenido que esperar un buen rato en la cola de la Caja. Detrás había uno, poco mayor que yo, trajeado, muy elegante y guapo. Empezamos a hablar y, como un pensionista con dos transferencias que estaba haciendo  se entretuvo más de la cuenta, ya tuvimos tiempo de hasta caernos bien. Me dijo que si me apetecía un café. Le dije que encantada. Pero cuando terminamos el fue café cuando aquel hombre tan simpático me sorprendió.  Sin  ninguna razón aparente, al menos por mi parte, va y me dice: ¿dónde te apetece que vayamos a tu casa o la mía?  Sin pensarlo mucho le tiré el café a lo largo y ancho de su corbata de seda y me fui sin mirarle a la cara. Pero ¡qué morro! ¿Por qué todos piensan en lo mismo?- mientras me dijo esto me acarició suavemente con los dedos y me miraba con cara de “tú sí que eres distinto”.

    Yo pensé que conociendo a Olga, su simpatía y sus voluptuosidades, no era raro que todos pensáramos en lo mismo, lo único era que yo no me atrevía a decírselo.

 

Andrés el porquero

   Hoy se ha notado el cambio de hora, cuando llegué a la oficina aún estaba oscuro y, no sé si será cosa mía, la gente con la que me cruzaban semejaban, por sus lentos movimientos, zombis recién salidos de sus tumbas. A las nueve, un día más, abrimos al público y ya estaba esperando con cara de pocos amigos Andrés el porquero.

   Andrés es un pensionista irascible y malencarado que siempre viene con ganas de formar jaleo a la oficina e insultar a quien se le ponga por delante. Le dicen el porquero, porque aún que yo lo he conocido siempre de pensionista, debió tener en algún tiempo cerdos o tal vez sea porque el olor, después de tantos años que los dejó, le sigue acompañando. Su hijo Andresito, de cerca de cuarenta años, es una joya que alterna las temporadas en la cárcel con la estancia en casa de su padre. Para el padre su hijo, un chorizo que si te descuida te deja sin los zapatos, es un pedazo de pan y la sociedad, en general, una maltratadora.

   Me adelanté a Alberto, ya que éste y su nula paciencia, podrían ocasionar una batalla campal en cuanto hablara con Andrés.  Éste se me acercó muy educadamente deseándome los buenos días, a los que respondí gratamente sorprendido. Luego, en la misma línea de educación, me dijo si, por favor, le podía escribir un escrito, que él me iba dictar, para llevárselo al juzgado. Me puse frente al procesador de texto y él empezó a dictarme:

"Señor Juez del juzgado, Andrés Calamacho padre de Andrés Calamacho, le escribe la presente para indicarle que no está nada de acuerdo con que lo haya tenido que citar en su juzgado. Todo ha sido por culpa del Gabino, el desgraciado municipal ése que le tiene manía a mi Andresito desde que mi hijo le dio un sopapo en el colegio. Así que le advierto...

 Mis dedos se detuvieron sobre el teclado, mientras Andrés seguía.

que como insista en que vaya por allí, no me extrañaría que su cacho de BMW tuviera algo más que unos simples rayones. Ya me está resultando algo pesado y obsesionado con tanto citar a mi hijo, aunque la vez pasada la tomó conmigo, porque le dije un par de verdades bien merecidas y me mandó tres días al calabozo. Pero tranquilo que esta vez no pasará eso porque unos amigos me van acompañar y como se me ponga borde, no van a dejarle una mesa sana en su oficina..."

-¿Qué pasa?- me dijo el porquero, cuando veía que no escribía nada.

Con el pie quité el enchufe del PC y éste se apagó. Lo siento se ha estropeado- le dije. El porquero, contrariado y protestando por lo bajini, de lo malo que son los ordenadores se fue a otro sitio a que le escribieran la carta. Yo preferí arriesgarme a que le pasara algo al disco duro, por el súbito desenchufe, que acabar esa tarde compartiendo calabozo con Andrés y Andresito.

Un hombre previsor

   Lo conocí hace ya muchos años, al poco de incorporarme  a la oficina, era el vecino de la casa de al lado, un abogado ya jubilado de trato exquisito y muy educado. Yo lo veía siempre de paseo por la calle con su mujer del brazo. Un día se acercó por mi oficina. Tras saludarle me dijo que venía a recoger los papeles para solicitar una viudedad. Y al preguntarle de quien, me sorprendió diciéndome: es para mi mujer. Como advirtió mi cara de sorpresa me explicó, que él siempre había llevado los papeles de su casa y su mujer no entendía nada de ello. Por lo que tenía una carpeta donde le dejaba toda una serie de instrucciones para ella en el caso de su fallecimiento. Dentro de esa carpeta guardaría la solicitud de viudedad con las fotocopias incluidas, sólo preparadas para entregarlas en mi oficina. Me sorprendió aquel buen hombre que mostraba el cariño por su mujer de esa manera.

  De vez en cuando me preguntaba si había cambiado el modelo de solicitud. Cuando se enteró que había cambiado, años después, pidió una nueva para tenerla preparada. Un día vi por la ventana un coche fúnebre que se detenía junto a la casa del vecino. Preguntando a Alberto que no se le escapaba nada, me comentó que se había muerto la mujer del abogado. Efectivamente, lo vi caminar despacio tras el coche con los hombros hundidos por la pena.

   Aquella tarde, ya anochecida, cuando salí de trabajar, no pude dejar de mirar a la ventana iluminada de su salón. Lo pude ver a su través con una carpeta en sus manos, reconocí la solicitud de viudedad que tras hacerla trizas, con los ojos iluminados por las lágrimas, y la echó al fuego. Mirando el humo que salía por la chimenea escalando hacia las estrellas, no sé si sería imaginación mía, pero me pareció ver que dibujaba corazones en la noche.

El anillo encogido

            Si alguien cae bien a los visitantes de mi Oficina, esa es Olga. A los hombres por su aspecto y voz sensual, que usa con habilidad, y a las mujeres porque cuando las atiende es capaz de que sientan que es una más de ellas. Por ello no es extraño ver su mesa de trabajo rodeada de tres o cuatro mujeres cual si de mesa camilla se tratara.
            Olga es capaz de ponerse en la situación de su interlocutora pero ese exceso de asertividad le crea algún que otro problema como le ocurrió con Macaria. Macaria es una mujer que acaba de cumplir cuarenta años aunque su imagen avejentada deja por embustero su DNI. Es de esas personas que parece que atraen todas las desgracias a su alrededor y eso a Olga le daba mucha pena. Su marido estaba enfermo del corazón hacía años y su escueta pensión tenía que completarla ella trabajando de limpiadora en distintas casas. Tenía tres hijos pequeños de 2 a 9 años, cuyos cuerpos por variadas roturas de hueso habían sido recorridos por escayolas de pies a cabeza. Su hija mayor tenía 23 años y se había quedado embarazada, no sabía muy bien de quien, pero Macaria ya dio los pasos oportunos para que se casara con uno de sus posibles padres y la boda estaba a punto de celebrarse ese sábado. Macaria se quejaba a Olga de que hay que ver las pintas que iba a llevar a la boda con un vestido que se había tenido que arreglar de una cuñada suya para la ocasión. El de su hija lo había conseguido a través de la familia de aquella soltera que se iba a casar con un extranjero al que conoció por Internet y el día antes se murió de un infarto.
            Cuando pasé por el lado de Olga tenía los ojos llorosos y más bonitos, si cabe, ante los lamentos de Macaria. No te preocupes-escuché que le dijo- yo te voy a prestar un anillo de brillantes de mi abuela, que hará que destaques en la boda. Al día siguiente vino Macaria y Olga le tendió una diminuta cajita con el anillo prometido lo que hizo que Macaria emocionada llorara a moco tendido mientras abrazaba a Olga y le lagrimeaba toda su cara a chorros. La boda fue ese fin de semana como estaba prevista pero el problema vino el lunes. Macaria acudió con la cara envuelta en lloros, estaba llegando a pensar si las arrugas de aquella cara no serían fruto de la erosión continua de sus lágrimas, en su dedo un anillo con una piedra violeta brillante que lanzaba destellos con la luz del fluorescente. ¡No tenía forma de sacarse el anillo del dedo! Olga procuraba que no se le traslucieran las emociones, pero se le veía la cara lívida.
            A los dos días seguía aquella peregrinación de Macaria por la oficina con el brillante, decía que había usado de todo jabón, vaselina, grasa de caballo…pero que no había forma. Olga, nerviosa, tiró del él hacia fuera pero no hubo manera, lo único que consiguió es que aquellas lágrimas, tan habituales ya en la oficina, surcaran de nuevo la cara de Macaria. Y así siguió la cosa hasta el lunes en que volvió con aquel brillante, ya nos parecía hasta normal verlo en aquella estropeada mano de olor a lejía. El anillo no se había movido un milímetro. Entonces fue cuando, Alberto el ordenanza, ya un poco harto de aquellas visitas intempestivas le dijo a Macaria que se pasara a última hora y que probaría primero a sacárselo haciendo palanca con un destornillador y si no que vendría un ATS amigo suyo que, en caso negativo, le seccionaría el dedo para que se lo pudiera sacar, luego sólo tendría que llevarlo en un papel de aluminio al Centro de Salud para que se lo cosieran de nuevo. No sé si se lo tomó en serio, pero el caso es que salió como una exhalación de la oficina. A la media hora estuvo de vuelta, con la cajita y el anillo en su interior, que le tendió a Olga, agradeciéndole el préstamo. No dijo cómo pero en cuanto llegó a su casa se lo pudo sacar. Cuando lo tuvo de nuevo en su mano, no me pasó inadvertido el movimiento de subida y bajada de los orondos pechos de Olga que indicaban un suspiro de alivio. Sí puedo asegurar que nunca más le prestó aquel anillo a nadie más, tampoco nadie del pueblo, todo el mundo conoció la aventura, se hubiera atrevido a pedírselo.

Cuestión de despiste

Hoy ha sido fiesta local en el pueblo y no he trabajado, eso es bueno. Lo peor ha sido que no me he dado cuenta hasta que vi que no llegaba nadie a la oficina.