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La oficina siniestra

Diferentes puntos de referencia

      Lo conocía hacía algún tiempo, una enfermedad que le aquejaba lo había hecho visitante asiduo de mi oficina. No tenía sesenta años pero, sus profundas arrugas reflejo del los muchos surcos que había cavado en sus años de duro trabajo en el campo, le hacía parecer que tenía veinte años más. Sus manos rugosas sujetaban con torpeza el parte de confirmación que traía cada semana, era incapaz de saber cual me tenía que entregar porque las letras para él sólo eran unas manchitas cuyo significado desconocía.

      Tras pasar por el tribunal médico le dieron una incapacidad para su trabajo habitual. Podía trabajar en otra cosa. Pero ¿dónde voy a trabajar yo con esta espalda lastimada y estos años sobre ella? Le dije que viniera a la semana siguiente que le diría, para entonces, la cuantía de la pensión que le había quedado. Por la mañana miré la cantidad: 380€. ¡Vaya porquería, tras una dura vida de trabajo! ¿Qué iba a decir este hombre? A media mañana vino. Yo no sabía como decírselo, busqué en la pantalla y le dije: ¡le han quedado 380 €! ¿Al mes?- me preguntó. Sí, al mes.

     Me esperaba cualquier reacción, pero no aquella cara iluminada por una sonrisa que por unos minutos quedó libre de arrugas y me dijo: ¿de verdad? Bieeeeeeeen. ¡Muchas gracias! 

     Y me estrechó la mano con un entusiasmo y una fuerza que me dejó sorprendido. Se fue dando saltos de alegría hacia la puerta y yo me quedé pensando qué diferentes son los puntos de referencia que usamos cada uno.

Estadísticas

   Si las personas que visitan mi oficina son muy variadas y diferentes, aún son más variopintos los motivos por lo que lo hacen. He aquí una estadística realizada  durante mi experiencia de muchos años:

-55% van a solucionar un problema que tienen realmente.

-10% a que se le repita lo que ya saben y no terminan de aceptar.

-8% a desahogarse insultan o se quejan de las leyes, no escuchan y se van más relajados.

-5% porque se equivocan de oficina.

-12% los que entran porque han pasado por delante de la puerta e iban de camino.

-6% los que se llevan solucionado un problema distinto al que traían.

-3% se olvidan o no saben exactamente para que entraron.

-1% para refugiarse de la lluvia.

Marcela (y 2)

     No puedo olvidarme de aquel día ¡cómo se me va a olvidar! En ese momento estábamos solos en la oficina Eduardo y yo. Le estaba explicando frente al ordenador cómo se podía poner en negrita una frase mediante el procesador de textos, viendo de reojo que Eduardo ponía una cara similar a la que pondría si le explicara los fundamentos de la Mecánica Cuántica en japonés. Fue en ese preciso instante cuando estalló la revolución.

       Un repiqueteo de tacones sonó a la entrada una mujer se acercaba y no podía ser Olga que se encontraba en la capital arreglando unos de sus jaleos familiares. Entonces fue cuando apareció por la puerta una figura femenina en la que, al principio, me costó reconocer a Marcela. Su cara maquillada dibujaba delicadamente sus rasgos, una capa de pintura azul sobre sus ojos los dotaba de una cierta apariencia felina y su pintura de labios siempre roja pero ahora con un brillo que parecía estrenarlos. Traía puesta una escueta camiseta blanca de tirantes de color blanco, donde gran parte de sus pechos asomaban traviesos, que le transparentaba todo. El sujetador, en cambio, no pues se veía a las claras que no se lo había puesto. Una escueta falda roja, que le dibujaba con cariño sus líneas traseras más voluptuosas, completaba su coloreado atuendo. Entonces, me percaté que hacía un año del fallecimiento de su marido, cuando eso ocurría en el pueblo era la señal de enterrar el luto y el retiro y volver a la vida normal. Sus piernas redondeadas y turgentes se disputaban su perfección ante mis ojos e introducida en los tacones llevaron a toda aquella vorágine hacia el mostrador donde me encontraba. ¿Por qué notaría cierto temblor en mis piernas?

    Eduardo no se percató de nada ocupado, como estaba, con el procesador de texto y sin comprender como si le daba, eso creía él, a la negrita la frase se ponía en cursiva.

 

   No tardé en darme cuenta de que aquel resurgimiento primaveral de Marcela era en algo más que en su vestuario. Sobre todo cuando tendiéndome unos papeles, que yo debía sellarle, sus dedos de uñas afiladamente rojas se distrajeron entre los míos. Sólo fueron unos instantes, pero lo suficiente para que sintiera a todo mi cuerpo sacudido por unas corrientes eléctricas que excitaron a cada una de mis células. Ella se acercó con una pose cargada de descaro y seducción  y doblando adecuadamente su cuerpo ofreció ante mis ojos la profunda hondonada que se abría entre sus senos prietos por aquella camiseta blanca. Su perfume fresco y sutil invadió mi nariz y acabó de trastornarme más, si es que aún era posible. Por un instante temí perderme en medio de aquella pasión que me brindaba Marcela, y como una ráfaga sobre mi cabeza la pude ver desnuda en la cama sumida en mil juegos eróticos, que ya alguna vez yo había imaginado, y me ví exhausto sin poder seguirle y, al instante, camino del cementerio mientras ella iba detrás, llorando, con su traje negro desempolvado. 
 

      ¡No! Me negaba a que me ocurriera eso y, entonces fue cuando se me ocurrió. Haciendo caso omiso a los ataques de Marcela miré a Eduardo, perdido en el procesador de textos, con deseo, con esa cara que ponen los enamorados. En aquel momento, Eduardo me miró esbozando una sonrisa, no porque se diera cuenta de nada, sino porque de toda la frase había conseguido, al fin, poner una letra en negrita. Marcela se dio cuenta de aquel cruce de miradas, como yo pretendía, y enderezó su cuerpo recogiendo el papel y despidiéndose con unos buenos días.
 

     Olga días después me comentó al volver de desayunar que Marcela le había comentado que nunca se había imaginado que yo fuera gay. ¿De dónde habrá sacado eso?-preguntó Olga. Ni idea-le contesté, mirando al fluorescente del techo.
 

        Desde entonces noté que cuando veía a Marcela, ya fuera en la oficina o en su cafetería, ahora me miraba de una manera distinta. Si antes los hacía con deseo ahora lo hacía con ternura…¿y qué quieren que les diga? Conociendo su historial, prefiero lo segundo.

 

Marcela (1)

            En el pueblo, aunque sea de vista, todos nos conocemos, pero este conocimiento es mayor cuando existe una mayor habitualidad en la visita a nuestra oficina, como en el caso de Marcela, dueña del bar y propietaria del piso en que se aloja Olga desde que llegó. A sus treinta y pocos años, podría decir su edad exacta pero el sigilo profesional me lo prohíbe, ha enviudado ya dos veces. En ambas ocasiones se casó con solterones recalcitrantes del pueblo de carteras bien provistas, lo que unido a su olfato mercantil le ha transformado en una de las terratenientes del pueblo.

          Tiene una bonita figura, no se puede decir que estilizada aunque sí ondulada en sus justos términos. Sus andares, no exentos de cierta elegancia, me han recordado siempre a los de una bailarina de ballet. No ocultaré que siempre me ha resultado atractiva y deseable, pero una cierta prudencia y temor reverencial  ha hecho que guarde las distancias frente a su persona. En el pueblo comentan la circunstancia de que sus dos maridos murieran “en la cama” y no precisamente durmiendo. Este rumor sobre su fiereza y fogosidad sexual has traspasado hasta los límites del pueblo. Pero, en general, la gente la mira con cierta simpatía y la benevolencia de quien ha sido capaz de alegrarle los últimos momentos como nunca habrían imaginado aquellos provectos hombres. ¡Y qué mejor forma de morir que en pleno éxtasis sexual! Pueden decir lo que quieran, pero de ahí surge mi temor, no soy un fuera de serie, para que engañarnos, en estos ejercicios del sexo activo y ello hace que, ese instinto de supervivencia de no morir tan joven, me mantenga a distancia de las fauces de esa mantis.

     Yo la conocía sobre todo del bar, que es donde vamos a desayunar, pero a conocerla más “íntimamente”, si es que puede llamarse intimidad a mi despacho, cuando vino a que le informara los trámites para solicitar la pensión de viudedad por la muerte de su segundo marido. Horas de discusiones, sólo interrumpida por Olga que me pasaba escritos para firmar mientras no quitaba ojo de la neoviuda, hasta convencerla de que ahora que había muerto su segundo marido no podría recuperar también la pensión de viudedad de su primer marido por mucho que aquél hubiera cotizado.

        Vestía de negro riguroso de pies a cabeza, tenebrismo sólo interrumpido por unos perfiladísimos labios rojos que bailaban sobre su cara mientras salían las palabras de su boca. En aquellos conciliábulos me enteré de que el nombre de Marcela, no se lo habían puesto por dotarla de un cierto exotismo sino por un error del encargado de registro que aparte de enchufado era semianalfabeto y confundió Carmela, su nombre original con Marcela.

        De vez en cuando venía a hacer alguna gestión y aunque Olga se aprestaba a atenderla, preguntaba invariablemente por el jefe a lo que aquella contestaba con un gesto hosco, mal disimulado, a la vez que me llamaba. A veces era colocar un simple sello en un papel al que ella solía responder con una apertura de labios en que su dentadura blanca iluminaba su rostro, mientras un perfume sabrosón envolvía aquella atmósfera burocrática, de habitual olor a celulosa, por unos minutos. Yo, precavido, siempre procuraba mantenerme a una más que prudente distancia, porque me iba haciendo consciente que a medida que pasaban los meses de aquel señalado óbito, la tela negra sobre su cuerpo iba mermando a la vez que aumentaba el tamaño de piel, sedosamente blanca, que iba dejando al descubierto.

El maletín

    La oficina rompió su monotonía cuando llegó en un cuadernillo las instrucciones sobre un nuevo sistema del intercambio de correspondencia con la Dirección Provincial. Se lo pasé a Alberto, como responsable del correo, que asumió las nuevas funciones con desusado interés. El se encargó, luego, de transmitirnos las correspondientes instrucciones: a primera hora, todos los días, llegaría el maletín con la correspondencia que nos enviaban de la Dirección Provincial y nosotros remitiríamos la nuestra al final de la mañana en que Marquitos el cartero del pueblo montado en su bicicleta vendría a recogerla.

    A la mañana siguiente todos estábamos expectantes esperando el maletín y cuando Marquitos lo trajo estuvimos a punto de abrazarlos, al maletín y a Marquitos. Era un maletín de cuero negro cerrado con un candado, del que el día anterior nos habían mandado la llave, y al abrirlo Alberto se encargó de sacar con toda solemnidad los sobres que nos remitían con distintas cuestiones. Alberto se pasó toda la mañana "ocupado" en recopilar la correspondencia y en su ansia desmedida por meter cosas en el maletín estuvo a punto de meter las pajaritas de papel que hacía Eduardo, quien las rescató a última hora. Cerró el maletín tras ratificar que no quedaba nada más por introducir y le puso el candado, entregándoselo a Marquitos con un cuidado tan extremo que me pareció que estaba entregando el maletín con las contraseñas del arsenal nuclear.

   Al día siguiente, ya era la cuestión menos emocionante pues conocíamos el maletín. Pero ocurrió algo sorprendente, nos llegaron dos, al abrirlo vimos que uno venía, efectivamente, con la correspondencia de la Dirección Provincial, pero el otro...¡era el mismo y traía los papeles que habíamos enviado el día anterior! Cuando vino Marquitos a última hora se tuvo que tragar una buena reprimenda, por su ineptitud, que le echó Alberto, llevándose los dos maletines.

   Pero la cosa se complicó más cuando al tercer día llegaron tres maletines, dos de ellos viejos conocidos nuestros. Aquello exasperó a Alberto que enseguida llamó directamente a D. Genaro, el jefe de Correos, para decirle que era un servicio que estábamos pagando y que exigía que se cumpliera correctamente y los maletines siguieran su curso adecuado.

   El cuarto día llegaron cuatro maletines, esta vez Marquitos tuvo que traerlos andando porque no le cabían en la bicicleta y, entonces fue cuando decidí relevar a Alberto de su puesto de encargado de correspondencia y ver qué ocurría exactamente. Y cogiendo uno de los maletines entre mis manos me di cuenta enseguida de lo q estaba ocurriendo. Los maletines tenían una tarjetita que ponía nuestra dirección: "Oficina Siniestra", pero... a esa tarjeta se le daba la vuelta y por el otro lado ponía "Dirección Provincial" y claro cuando el maletín se depositaba en la oficina de Correos al ver escrito "Oficina Siniestra", volvía de nuevo a nosotros, porque a Alberto no se le había ocurrido que había que girar la tarjetita.

    Cuando Alberto se enteró de aquello puso cara de desintegrarse y lo único que dijo fue:

- Ya que he perdido la confianza para preparar el correo dimito de ese cargo y más teniendo en cuenta que no es un trabajo acorde mis funciones y que he estado realizando por hacer un favor.

El lenguaje administrativo

          Siempre que se habla del lenguaje administrativo se suele indicar lo enrevesado que es.  Pero hay otro tipo de lenguaje empleado en la Administración que no tiene nada que ver con éste. A pesar de que cuando me incorporé a la oficina llevaba muchos años en el pueblo, pronto descubrí que los que acudían a hacer alguna gestión usaban un peculiar argot administrativo que en un principio me tuve que esforzar para comprenderlo. He aquí algunas muestras:

-“Vengo por un papel”: Esa es una palabra muy habitual, venir a pedir un papel que dicen que le han pedido. Entonces, hay que recurrir a un peculiar juego de preguntas y respuestas hasta que se adivina el tipo de papel. Lo peor fue aquella vez que con urgencias una señora solicitaba un papel, ¡cualquiera!, tras darle un viejo impreso descubrí la razón de sus prisas y era debida a que a Alberto se le había olvidado poner papel higiénico en los servicios.

-“Quiero un papel para la basura”: Al principio no sabía lo que significaba, si es que se dedicaban recoger papeles para reciclarlo, a estas alturas no tengo problema y sé que eso significa un certificado de lo que percibe de pensión para entregarlo en el Ayuntamiento y le bonifiquen el cobro de la basura.

-“Mis hijas no rezan aquí”: No es que sus hijas no sean partidarias de la oración, ya que suelen, en ese momento,  tenderme su cartilla médica y lo que indican que sus hijas no figuran como beneficiarias de su asistencia sanitaria.

-El DNI es una de las cosas que da también a equívocos y malentendidos varios. Uno que viene a hacer una gestión pero que no tiene su DNI, cuando le dices la necesidad de que te lo enseñe, dice, mientras señala a mi ordenador: “No hay problemas está metido ahí dentro y se puede buscar por ahí.” A otro que le digo: “Firme abajo y ponga su DNI”, veo que me entrega el papel con su DNI (el real), colocado con cuidado bajo la firma para que no se caiga al suelo.

-“Vengo para que me den los  puntos”, no, no se refiere a una herida que haya que suturar sino a la prestación familiar por hijo a cargo a la que, habitualmente, le dan ese nombre.

-Una vez me encontré frente a una señora que venía con una gran duda: “He venido aquí pero no sé exactamente si para pedir una partida de bautismo o para incluir a mi hijo en la asistencia sanitaria”. Como todavía no estamos conectados informáticamente con la parroquia, sólo le pudimos arreglar lo segundo.

Los clientes

   Si algo hay esencial en mi trabajo, cosa que tengo muy clara, son los clientes. Hace unos años hice unos cursos de atención al público en la que aparte de la formación y técnicas de información salí con el concepto de "cliente", es decir de un ciudadano que, en principio tiene razón, lo malo es que algunos se lo creen demasiado.

   En mi oficina el 80% del trabajo es la atención al público y el resto tramitación de papeles. Recuerdo la primera vez que me puse ante un ciudadano que se me acercaba a preguntarme en la oficina, tenía la sensación como si se acercara un panzer que pudiera arrasarme y dejarme planchado sobre el suelo. Además conocía la información por otros compañeros y sabía que aquello no era como una oficina de la Agencia Tributaria, donde cuando se entra uno llega invadido por un cierto temor reverencial, quizás con el secreto miedo de que descubran algo que no hemos declarado. Aquí en cambio, todo el que viene, lo hace imponiendo sus derechos y necesidades y, en la mayoría de los casos, con suma urgencia. Ello implica para el informador una doble exigencia la de la persona de enfrente que le exige y la de los compañeros de arriba que son los que tramitan acaso no con toda la celeridad del mundo. Lo malo que los gritos o insultos, muchas veces, con toda la razón del mundo sólo le llegan al informador que lo único que pone es la cara.

  La formación y sobre todo la experiencia hacen que no solo no tema sino que disfruto informando y si el tema es complejo y retorcido mucho más. Esta experiencia de tantos años ha hecho que en un elevado número de casos por el aspecto del que se acerca hasta mi mesa pueda determinar, con un leve margen de error, lo que va a solicitar y tramitar. Al poco de incorporarse Olga, con cierta presunción por mi parte, le hice este mismo comentario y se lo estuve demostrando:

-¿Ves esa señora de negro que se acerca con su hija? Viene a solicitar una viudedad.

-Ese del brazo en cabestrillo, con un papel azul en la mano, trae la baja médica para solicitar una Incapacidad Temporal.

-Ese matrimonio con el niño recién nacido, vienen a incluirlo en la cartilla del médico.

-Ese que entra mirando al techo y las paredes, ese se ha equivocado de oficina.

   Y, efectivamente, fui acertando todos los casos ante la mirada sorprendida y admirada de Olga. En este caso apareció un joven de aspecto distinguido con un maletín. ¿Y éste?-me dijo Olga. Este seguro que es un abogado, mira la forma que tiene de andar, el maletín no engaña. Ya verás-le contesté.

 -¿Qué desea?-  le pregunté.

-Hola me sonrió amablemente soy de la empresa antiplagas que vengo a revisar las oficinas.

  Para disimular mi sonrojo ante Olga, me encerré en mi despacho y le dije a Alberto que lo atendiera.

La visita del Director General ( y 2)

  Cuando bajé corriendo las escaleras, ya había salido, de aquel gigantesco coche, el Director General, un minúsculo personaje que noté que usaba alzas en las suelas y levantaba la nariz para parecer más alto. A su lado estaba el Director Provincial que miraba algo extrañado la carpeta negra que yo llevaba en tan forzada postura. Mis axilas chorreaban y yo no dejaba de notarlo. Nos presentó, tendiéndome aquel personaje una mano lívida y fría de tal guisa que me pareció saludar a un cadáver. Alberto precedió, con toda solemnidad, el paso de la comitiva hacia nuestra oficina para de paso avisar al personal para que estuviera "preparado". Tras él el alcalde y un servidor a quien seguía el Director Provincial que no paraba de señalar las paredes al Director General, probablemente para se fijara y hacerle notar la inversión que había efectuado en pintura.

   Al entrar en el interior de la oficina, vi que Olga había desaparecido de su sillón sobre el que estaba depositado su flamante abrigo de visón. Eduardo estaba en ese momento encendiendo el pc, pero éste le pedía su contraseña y ahora no se acordaba muy bien cual era, por lo que se dedicaba a mirar a la lámpara mientras trataba de esconder, sorprendido por la rápida llegada, dos pajaritas de papel que acababa de hacer. El Director General escuchaba, como buen político con cara de interés figurado, las explicaciones de su subordinado sobre la gran labor que desarrollábamos para acercar la Administración a aquella perdida comarca. Escuchándolo llegaba a creérmelo, incluso, y que tal vez mi oficina no fuera tan siniestra.

   En aquel preciso momento unos gritos muy fuertes sonaron procedente de los servicios. Ya me imaginé lo que había pasado la puerta necesitaba un cepillado, mira que se lo había dicho a Alberto, y el viento había cerrado la puerta habiendo quedado Olga encerrada.  Alberto cogió un destornillador que para nada sirvió. El Director General tenía cara de sopresa mientras el Provincial no sabía donde meterse. Al fin, tapado en todo momento con la carpeta al dar un golpe con el hombro, que me dolió durante una semana, la puerta se abrió.

  Tras ella apareció Olga con toda la cara negra pues las lágrimas habían realizado una extraña mezcla de colores en su rostro que aparecía lleno de churretes. Ahora que no tenía el abrigo de visón, todos los presentes nos quedamos gratamente sorprendido por el vestido que llevaba o, mejor dicho, por la microscópica tela que portaba sobre su cuerpo, una isla roja en todo un océano, su cuerpo, color caramelo toffee, cargado de cuatro buenas razones, dos grandes por arriba que pugnaban por salir y dos larguísimas por abajo que hincadas sobre finos tacones se aprestaban a correr. A mí me recordó a las que salen desnudas de las tartas de cumpleaños, y por la cara del Director General me pareció creer que aquello lo habíamos montado en su honor. Del Director Provincial no puedo decir nada porque no sé como pudo invisibilizarse.

  Pero lo peor ¿o lo mejor? estaba por llegar. Eduardo abrió una ventana, intentando echar a volar sus pajaritas de papel, y una fuerte racha de viento hizo que la puerta de los servicios diera otro portazo, justo en el momento en que Olga empezó a salir corriendo. Parte de la tela se enganchó en la puerta y al tirar de ella se rasgó. Nunca hubiera imaginado que Olga llevara unas bragas amarillas con un dibujito de Piolín. Ya no me dio tiempo a ver nada más porque, como un cohete, se puso el abrigo de visón y antes de que nos diéramos cuenta había desaparecido de nuestra vista, dejándonos el sonido sincopado de sus tacones.  Nadie dijo nada. La comitiva bajó de nuevo las escaleras, con cara de circunstancia, como quienes vienen de una importante reunión.

  Cuando se marchaba en su BMW, el Director General me volvió a dar aquella mano cadavérica, no sé si sería cosa mía, pero ahora parecía más cálida y me dijo: ¡Bondadoso, (en qué se parecerá a Generoso), no olvidaré esta visita!

  De eso estoy seguro, ni él ni ninguno de nosotros podrá olvidar el día en que nos visitó el Director General.

La visita del Director General (1)

     Uno de los acontecimientos más importantes de este año ha sido la visita del Director General a nuestra oficina. Quince días antes tuve el aviso y, unos días después, la visita del Director Provincial para darme las instrucciones pertinentes sobre dicha visita. Revisó toda la oficina, a excepción del cuarto oscuro que como estaba cerrado con la llave que guardaba celosamente Alberto pasó de largo, con una lupa y mandó que se pintaran todas las paredes, algo que yo llevaba pidiendo sin que se me hiciera el menor caso desde hacía 5 años. Siempre me ha llamado la atención eso, algo similar ocurría en el servicio militar con la visita de un general, ello es motivo para remozar todo y dar una imagen a esa “alta personalidad” de que esto es muy bonito e idílico, cuando lo que tenían que hacer estos señor@s es visitar de improviso para ver una realidad no maquillada.

            Al fin llegó el “esperado” día. A las 8 de la mañana ya me llamó el Director Provincial a ver si todo estaba convenientemente preparado. Notaba cierto nerviosismo en su voz, como si en esa visita le fuera su puesto directivo, y en realidad era así. Todo el mundo estaba en sus puestos,…menos Eduardo que nadie sabía por qué no había venido. Alberto había traído un uniforme con galones dorados, que nunca le había visto, y que parecía proceder de la época de aquellos veleros del siglo XVIII, un gran olor a naftalina lo rodeaba. A Olga se le notaba su peinado de peluquería, una densa capa de maquillaje la cubría en lo poco que dejaba al descubierto ya que venía embutida en un abrigo negro de visón que no se había quitado. Permanecía frente a su ordenador dándose las últimas pinceladas a las uñas, el olor a acetona se mezclaba con el de su colonia Channel aunque no el nº 5, imagino que sería el 8 ó 9, aunque no entiendo demasiado de perfumes. Yo estaba con mi traje de bodas, sí no me he equivocado soy “single” pero tengo un traje de bodas, con el que acudo a las bodas pero el de los demás. Un traje de color crudo con corbata roja, que me sirve lo mismo para el verano que para el invierno.

            Como sé que estas visitas pueden alargarse en el tiempo, preferí adelantar mi hora de desayuno para que el estómago no estuviera chirriando de hambre. ¡Y ese fue mi error! Fui a la cafetería de enfrente y con el café se me antojó un gigantesco pastel que rezumaba merengue por todos lados, tanto que fue morderlo y un amplio chorreón cayó sobre mi flamante traje. Tras mojar y frotar la mancha, un grande y resultante lamparón de más de 8 cm destacaba sobre mi pecho. ¿Y ahora que hacía yo? No tuve mucho tiempo de pensar, pues allá estaba Alberto con sus galones avisándome que el sacristán desde el torreón de la iglesia le había dado un toque al móvil lo que significaba que el coche del Director General se estaba acercando.

            Subí corriendo a mi despacho, lo único que se me ocurrió fue tomar una carpeta negra que había en la mesa, y colocármela en la mano tapando la mancha. Mientras pude observar por la ventana como Alberto abría la puerta del coche, un BMW azul marino que se había detenido en la plaza. Allí estaba el alcalde, del mismo partido político que el Director General, que lo saludó efusivamente mientras la banda municipal, compuesta por cuatro trompetas, un tambor y un flautín, ornaba aquel instante al ritmo de “Paquito el Chocolatero”, creo que es lo único que saben tocar. Lo mismo lo tocan en las verbenas que en los entierros, lo que siempre me ha resultado algo chocante.  Bajé las escaleras con la carpeta negra en la mano convenientemente  colocada, mientras me cruzaba en ese momento con Eduardo que acababa de llegar repeinado con la raya en medio humedecida por pachuli del barato. Me sacó la funda de las gafas del bolsillo para indicarme, ¡qué raro!, que había llegado tarde porque tuvo que volverse a a casa para recoger las gafas.

Informática

    Sigo en estos post de presentación de la actividad cotidiana en mi oficina, tocando hoy el tema de la informática. Siempre me ha apasionado la informática, desde aquel viejo espectrum que tenía en casa y con el que me hacía sesudas programaciones en basic y empecé a trabajar con aquella antigua base de datos llamada dbaseIII. Lo primero que reclamé cuando me incorporé en mi oficina fue la dotación de un ordenador, ya no sólo para el uso del procesador de textos, sino como terminales que sirvieran para agilizar el trabajo y evitar "engaños" de la gente cuando acudían a alguna gestión.

    El problema que he tenido siempre en mi oficina es que nunca nadie ha sabido más que yo, y no por que yo sepa demasiado, sino porque los demás han sido auténticos negados al mundo tecnológico. Por un lado Alberto, es un verdadero objetor al PC, aunque le he ofrecido varias veces la posibilidad de aprender, huye de ellos como de una tormenta, yo pienso que más que nada porque se viera obligado, entonces, a hacer funciones que no son las que él cree que debe desarrollar.  A Eduardo, cuando tiene que hacer cualquier cosa nueva, se lo doy todo por escrito en un pormenorizado guión para que tenga que ir paso a paso. Pero la última vez no funcionó. El decía que estaba siguiendo paso a paso el guión y no salía, sobre todo cuando le daba a F 2. Hasta que me di cuenta que en vez de darle a la tecla del F2, le daba primero a la F y luego al 2, lógicamente no le funcionaba.

    En cuanto a Olga, no es que sea una lumbrera en este campo, pero al menos es despierta y cuando está un poco centrada y no con algunos de esos múltiples problemas que se trae al trabajo, suele aprender rápido y con eficacia. Aunque todavía me acuerdo el día que la hoy gritar: ¡Generoso, Generoso! Acudí presto a la llamada temiendo le hubiera ocurrido un accidente ante aquellos gritos. Tenía la cara lívida y sus ojos no se quitaban de la pantalla del ordenador, como quien hubiera visto un fantasma. -El ordenador está escribiendo solo- me dijo. 

  -Si quitas el archivador que tienes apoyado en el teclado, probablemente se pare- le contesté.

    Lo levantó, dejando al descubierto sus morenas y torneadas piernas, que me dejaron boquiabierto no me había fijado en su minúscula falda, aunque parte de ellas quedaban tapadas por su altivo escote...evidentemente el ordenador dejó de escribir solo. Desde entonces con la excusa de si tiene algún problema informático me coloco, de vez en cuando, detrás de ella y como en un triángulo paseo mi mirada del pc a sus piernas y de éstas a su escote. Yo diría que ella se da cuenta de estas miradas porque cuando me acerco noto un movimiento leve de su falda hacia más arriba de sus muslos.

Horarios

  Si hay una cosa que se envidia, en general, a parte de la seguridad laboral es el horario de los funcionarios. Un horario que si lo comentas por la calle te dirán que es relajado y que, probablemente, sean los trabajadores que más desayunan. Y en eso tienen razón siempre que vas a una oficina de la Administración y el funcionario no está, es que está en su "mediahora" de desayuno. Mediahoras que, aunque parezca imposible, a veces parece medirse hasta en euros de lo largas que son.

  En mi oficina no hay reloj para picar, así que lo único que existe es un cierto autocontrol horario y el control de los lugareños que en este pueblo pequeño en seguida te ven por cualquier sitio por el que vayas fuera de hora. Esto del horario cada uno lo tomamos de una determinada manera. Alberto parece que su cama tiene agujas y le molesta porque siempre está alli antes de escuchar el cacareo de las gallinas. Alguna vez que he ido antes de la siete, a ver si por un día era el primero en llegar me ha resultado imposible adelantarle. Pero sólo eso a esas horas en que la mayoría de los mortales están quitándose las legañas, él está espabilado, sentado junto a su mesa en  una postura de "nosesabequeestáhaciendo". A veces coge las llaves y revisa todo, desapareciendo en la penumbra del cuarto secreto. Cuando lo veo entrar allí, siempre temo que el oscuro monstruo que allí pueda estar encerrado, se lo trague para siempre.

  Eduardo nunca llega a la hora y sus retrasos son, en ocasiones, de horas. Suele usar dos excusas típicas, la más habitual es que el reloj no le ha sonado, aunque sospecho que debe ser digital y no lo sabe poner en hora y la otra es que a mitad de camino se dio cuenta que se había dejado las gafas en casa y tuvo que volver. Una de esas veces le dije que si había salido a su hora por mucho que tardara en llegar a la oficina desde la otra parte del cuerpo, no se tardaba más de 8 minutos. Aunque nunca he sabido donde vive y sospecho que puede vivir en la capital, a 100 km, de aquí y viene andando. Al día siguiente no apareció a trabajar, esta vez la excusa fue más original, que llegaba quince minutos tarde y como a mí no me hacía mucha gracia que llegara tarde optó por quedarse en la cama. Sin palabras.

En cuanto a Olga, el sonido de sus tacones suele ser puntual, siempre entra en mi despacho a darme los buenos días con una luenga sonrisa que junto con la sorpresa de qué telas acariciaran hoy su linda figura, me sirven para alegrarme el resto de la mañana. El problema que tiene respecto al horario es la salida, siempre tiene algún problema que le obliga a salir antes: la visita de su hija, el del banco que la ha llamado, una compra urgente....me pide permiso muy seductoramente...y ¡cómo le voy a decir que no!

La antigüedad

   La antigüedad en la Administración, mucho más que en la vida, es un grado que tiene gran importancia  y que se mide en una unidad de medida llamada trienios. Siempre se habla de esos casos heroicos de un Director Provincial que llegó a ese puesto tras estudios y trabajosa promoción desde que empezó, siendo un imberbe de simple ordenanza.

   Pero la mayoría somos muchos más normalitos y sólo intentamos hacer lo mejor posible nuestro trabajo sin aspirar a grandes cargos. Que se lo pregunten a Alberto que es el más antiguos de mi oficina, que cuenta historias tal abuelo Cebolleta en la que nadie le puede contradecir, pues algunos no habíamos nacido. Hay una habitación tupida, oscura y tenebrosa que guarda celosamente con llave y que, según dice, alguna vez vino el Director Provincial y dijo que no se podía tocar lo que había en su interior. No sabemos siquiera si aquel Director cesó o se jubiló, pero vigila aquello como un  feroz cancerbero. Yo sólo me asomé un día y en los quince segundos que mantuvo abierta la puerta sólo vi el perfil de una estantería y un parduzco y polvoriento sofá. Alberto se queja de que el está muy preparado  y que nadie le promociona, pero nunca se ha preocupado él de hacer nada para ello. Tiene muy clara cuales no son sus funciones, pero nadie sabe exactamente qué es lo que tiene que hacer.

   Eduardo es el siguiente en antiguedad, aunque llegó al pueblo después de mí. También colecciona una serie de trienios, pero que le sirven sobre todo para tener una peculiar filosofía de lo que es el trabajo. Entró por una integración que hubo de interinos, si hubiera habido oposición seguro que no entra en la vida. Cuando le "animo" a trabajar y que deje descansar el periódico que lo tiene ya más que manoseado, me mira con cara sorpresiva y me dice: no hay que tener tanta prisa para resolver los papeles cuando tengas los trienios que yo te darás cuenta. Sin embargo, a pesar de su ristra de trienios, cuando llegó le tuve que enseñar a escribir en un procesador de textos.

   En cuanto a Olga, uy, cuando hablo de ella no puedo dejar de ponerme nervioso... Tras su traumática separación intentó alejarse de su vida anterior y fue a parar a cientos de kilómetros de donde vivía. Allí dejó a su hija, que no quiso acompañarle en aquella viajera aventura, con su ex-marido a quien odiaba cordialmente. Cuando la vi me quedé paralizado. Su tono de piel me recordaba a los caramelos toffees de mi infancia, un marrón brillante que no dejó de trastocarme. Llevaba un vestido muy ceñido que le dibujaba graciosamente sus curvas. Y lo más llamativo, aunque lo he dejado para el final era su escote. Cuando entró en mi despacho a presentarse me pareció una aparición, sus pechos casi dos terceras partes salían fuera del vestido se cimbreaban y yo no podía quitar la vista de ellos, como si temiera que al menor de sus movimientos se saliera alguno fuera. Mejor sigo escribiendo mañana, que me estoy acalorando.

Yo mismo

     Hoy, tal como dije ayer, sólo quería escribir unas líneas sobre mí, para que conozcáis un poco al que esto escribe. Aunque, es más probable, con el tiempo que al final me conozcáis más por lo que escribo que por lo que pueda decir.

     Tengo treintycuarentaños y llevo ya más de quince años en este noble oficio de ser funcionario. Nunca se me ocurrió que trabajaría de esto, estudié Derecho, pero una extraña alergia que se desencadenó en forma de granos y picores sobre mi cuerpo al ponerme la toga por primera vez, hizo que tuviera que poner mis perspectivas profesionales hacia otro lado. Estaba reposando tras ponerme crema en aquellos granos, cuando mientras leía el periódico vi el anuncio de una academia que preparaba oposiciones a distancia. Como no tenía nada mejor que hacer y no me apetecía salir del pueblo me dediqué a estudiar y al cabo de ocho meses aprobé. Coincidió que se jubiló el director de la oficina administrativa que había en el pueblo y conseguí la plaza. Y aqui ando desde entonces en esta siniestra oficina. Soy consciente de que la Administración es como una ciudad sitiada lo que están fuera están deseando entrar y los que estamos dentro estamos deseando salir, pero ¡esto es lo que hay!

     En cuanto a aspectos más personales, vivo solo, soy soltero. La única compañía en mi casa es un canario y un tamagotchi. El tamagotchi se lo dejó un día que estuvo de visita mi sobrino. Le empecé a tomar cariño y me da "nosequé" dejar de cuidarlo.He tenido alguna que otra "novieta" y mis rolletes, pero nada del otro mundo. Creo que soy demasiado independiente. De todas formas, desde que estoy en esto de internet en vez de soltero digo que soy "single" que viste mucho más. Me gusta mucho leer y escribir, tengo multitud de cosas escritas de todo tipo y ahora cuando he visto esto del blog me ha parecido una buena manera de desahogar mi creatividad literaria. Soy amante del correr. Me gusta correr por el campo y siempre que voy por la calle voy corriendo como si perdiera un tren, cosa imposible en este pueblo que carece de estación de ferrocarril. Soy de estatura media y de frente despejada, calvo dice mi sobrino, pero tengo mi atractivo, eso decía mi difunta madre.

     Tras estas pinceladas, a partir de mi siguiente post me iré centrando en el día a día de mi oficina.

 

 

Presentación

   Llevo tiempo dándole vueltas a la idea de escribir un blog y, al fin, hoy me he decidido. Hace tiempo que los vengo leyendo y me parece un mundo apasionante del que me gustaría formar parte. Espero no aburrirme en esta aventura.

   Me presentaré un poco soy Generoso. Y, por favor, no me saquen el típico chiste de si mi generosidad es muy amplia. Generoso es mi nombre. Yo no tengo la culpa de haber nacido un 17 de julio en un pueblo, donde tienen la dichosa costumbre, de poner a los recién nacidos el mismo nombre que el santo del día. De todas formas agradezco que mi nacimiento se retrasara nueve días porque sino podría llamarme Auspicio, que es mucho peor.

   Soy el director de una oficina de la Administración en un pueblo perdido de nuestra geografía. Una oficina "siniestra", aprovecho la etimología para indicar que está la izquierda de la entrada al pueblo. Un micromundo, el pueblo y la oficina (que da nombre al blog), y todo un miniuniverso que me gustaría ir desarrollando a través de estas líneas. No me mueve, en absoluto, un afán exhibicionista sino el deseo de expulsar de mi interior esas causas, que una vez que conozcan mi oficina me pueden llevar al estrés o la desesperación. Como no estoy dispuesto a caer en ello de ahí viene el compartir, con quien quiera leer esto el día a día en la oficina. Y, en el fondo es una forma de demostrar que la rutina real se puede convertir en apasionante aventura virtual, simple y llanamente mediante unas letras.

   Comenzaré presentando a mis compañeros:

   Olga, tiene una edad similar a la mía, de los que ya hace tiempo que dejamos los treinta y cinco, y rozamos por uno u otro lado la cuarentena. Olga es todo inquietud, ansia, energía desbocada y, algo que le caracteriza, es que su centro nunca está en su interior, siempre está a distancia de ella, vamos descentrada. Todo ello embutido en una minúscula figura perfectamente terminada con todo tipo de ondulaciones. La conozco desde hace dos años y todavía no he visto que repitiera vestido. Unos más "normales" y otros "excesivos" en todos los sentidos. Está separada hace varios años y, como ya iré contando, es puramente hormonal.

  Eduardo, acaba de entrar en los cincuenta, pero por él ya hace tiempo que se hubiera jubilado. Algo que se empeña en demostrar en el día a día más con lo que no hace, que con lo que hace. Habla menos que un muro de granito. A veces dudo que a través de él circule sangre ya que es incapaz de inmutarse absolutamente por nada. Su estado civil lo desconozco porque como no habla, no lo ha dicho.

  Alberto es el ordenanza. Sólo le falta un par de años para jubilarse. Siempre está crispado y enfadado, sospecho que ni él mismo sabe con qué. En muchas ocasiones aparenta ser el director y en otras ha estado a punto de pegarse con algún que otro administrado. Le entusiasma el padel. Está casado y tiene un hijo que llegará lejos y que le asesora en sus cuitas con los jefes que son muchas y variadas.

  En cuanto a mí... mañana me presentaré...